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lunes, 19 de diciembre de 2011

REENCUENTROS


IV Domingo de Adviento -18 de diciembre de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.


Un ser de encuentro

La vida humana está tejida de encuentros y desencuentros. Somos seres sociales. Fuimos diseñados para “encontrarnos” recíprocamente. Ahora bien, encontrarse con alguien es mucho más que contactar a alguien. Un encuentro personal es un “adentrarse” recíproco; una mutua incursión en la mente y en el corazón.

Un encuentro personal es un intercambio de vidas, de historias, de afectos y sentimientos.

Desencuentros

Un desencuentro es lo contrario. Es un alejamiento interior de alguien. Los desencuentros más dolorosos nos suceden con las personas que más amamos. Los desencuentros rompen relaciones exteriores; pero, sobre todo, rompen vínculos internos que forman parte de nuestra estructura personal. Por eso desgarran tanto el corazón. Si alguna vez has roto con tu novio/a; o con tu mejor amigo/a, sabes muy bien de qué estoy hablando.


Cadena de desencuentros

El primer gran desencuentro de la historia fue el pecado original. Adán y Eva, aceptando la tentación del demonio, “rompieron relaciones” con Dios. Del desencuentro con Dios se pasa, invariablemente, al desencuentro con los demás. Por eso, ya en la primera generación humana se dio el primer desencuentro entre hermanos: Caín mató a Abel. La historia de la humanidad, a lo largo de los siglos, está tejida de dolorosos y violentos desencuentros entre países, ciudades, familias, matrimonios y hermanos. Pero los desencuentros no terminan ahí. Del desencuentro con los demás se pasa, también invariablemente, al desencuentro de cada uno consigo mismo. Siempre que rompemos con Dios y con los demás, sentimos una profunda ruptura interior; un desencuentro con nosotros mismos. Tal vez por eso a veces nos sentimos “perdidos”, divagando por el laberinto de nuestra identidad. No sabemos bien quiénes somos. El pecado nos vuelve extraños para nosotros mismos. El último gran desencuentro del hombre tras el pecado fue con la creación. El pecado original rompió la relación armónica del hombre con la naturaleza. Desde entonces, el hombre ha sido tantas veces enemigo de la naturaleza; y la naturaleza, enemiga del hombre.

El reencuentro

Por fortuna, estos desencuentros no son ni pueden ser la última palabra sobre el hombre y su destino. Después de un desencuentro existe siempre la posibilidad de un reencuentro. ¡Cómo me llaman la atención las primeras palabras de Dios después del primer pecado del hombre!: “¿Dónde estás?” (Gen. 3, 9). Dios sale al encuentro –mejor dicho, al reencuentro– del hombre. La historia de la humanidad es la historia de esta búsqueda de Dios que pregunta por el hombre a lo largo de todos los siglos y a lo ancho de toda la Tierra. Dios es un tenaz buscador del hombre. Hoy sigue preguntando a cada hombre y mujer: “¿Dónde estás?”. Todo parece indicar que Dios, en su Corazón infinito, sigue sintiendo nostalgia del hombre.

Tiempo de reencuentros

La Navidad es el reencuentro de Dios con el hombre. Jesús es el “lugar supremo” de este nuevo y definitivo encuentro entre la Divinidad y la humanidad. Por eso, la Navidad es tiempo de reencuentros por excelencia. Se reencuentran las familias, se reencuentran los amigos, se reencuentran los diferentes estratos de la sociedad a través de iniciativas de caridad y solidaridad. La Navidad es el tiempo para reencontrarte con Dios, con los demás, contigo mismo y hasta con las creaturas. Si traes algún desencuentro activo en tu vida, proponte superarlo con un reencuentro. ¡Ármate de valor y desármate de rencor! ¡Sal a buscar, como Dios, a esa persona que tal vez traes perdida desde hace algún tiempo! Imita a Dios. Él sabe que todo reencuentro tiene que ser suave, casi tímido. Por eso, para reencontrar al hombre, se revistió de mansedumbre y pequeñez. Puedes estar seguro de que, si te revistes tú también de humildad, tu reencuentro con quien sea tendrá éxito.

El gozo del reencuentro

Si los desencuentros son dolorosos, puedes también estar seguro de que los reencuentros son gozosos.

La respuesta de María

Dios salió a buscar al hombre con una pregunta: “¿Dónde estás?”. Como vimos, fue la primera pregunta tras la irrupción del pecado en el mundo. Así también, tras la irrupción de la gracia en el mundo, hubo ya una primera respuesta, que anticipó el reencuentro de Dios con la humanidad: “Aquí estoy –respondió María–. Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38). Que María nos alcance en esta Navidad la gracia de responder lo mismo al Dios que nos busca: “Aquí estoy…”. Que Ella nos alcance la gracia de reencontrarnos con Dios, con los demás, con la creación y con nosotros mismos.

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