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domingo, 26 de junio de 2011

SI DE VERAS ME AMAS

XIII Domingo del Tiempo Ordinario - 26 de junio de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.


Subordinando amores

El domingo pasado festejamos en nuestro país el “día del padre”. No quiero dar ideas, pero la liturgia de hoy tal vez sugiere la conveniencia de establecer el “día del hijo”. La primera lectura presenta el grandísimo regalo y gozo de tener un hijo en tus brazos.

Mi hermano tuvo hace poco su primer hijo. Jamás lo he visto tan feliz, tan realizado, tan ilusionado…

El Evangelio, sin embargo, plantea una aparente y desconcertante disyuntiva: “El que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”. Digo aparente disyuntiva porque en realidad Jesús no dice: “O amas a tu hijo o me amas a mí: no puedes amarnos a los dos”. Lo que Jesús pide es que el amor a los hijos sea subordinado a Él: “no amar a los hijos más que a Él”. Yo veo, sin embargo, en esta subordinación de amores un significado más profundo: que nadie puede amar realmente a sus hijos con un amor grande, profundo, incluso extremo, sin amarlos en Cristo y por Cristo. Quien ama a su hijo o a su hija sin referencia a Cristo, lo está amando menos de lo que podría amarlo. Ahora bien, amar a los hijos en Cristo y por Cristo significa amarlos con un amor verdadero, exigente y crucificado.

Amor verdadero

No basta amar a los hijos con todo el corazón. Es decir, no basta el sentimiento del amor. Hace falta amarlos de verdad. Algunos papás (malos papás) confunden el amor con un sustantivo, cuando en realidad es un verbo. Sienten el amor (sustantivo) a sus hijos, pero no los aman (verbo) de verdad.  El amor a los hijos es verdadero cuando busca por todos los medios que vivan en la verdad. Y vivir en la verdad, para un hijo, es: 
  1. Vivir su condición de creatura y de hijo de Dios llevando una vida de oración, de sacramentos, de obediencia a la voluntad de Dios.
  2. Vivir su condición de hijo y hermano en el seno de una familia, llevando una relación afectiva y de profunda caridad con todos los miembros de la familia.
  3. Vivir su condición de amigo y miembro de una sociedad, siendo solidario, respetuoso y caritativo con todas las personas.

En pocas palabras, amar a los hijos de verdad es educarlos de tal modo que se vaya dibujando en ellos el mismísimo rostro de Cristo.

Amor exigente

El amor verdadero no sería tal si no fuera al mismo tiempo un amor exigente. Rob Parsons, fundador de la organización Care for the Family, dice que hay tres tipos papás:
  • Papás permisivos: dejan hacer todo.
  • Papás autoritarios: no dejan hacer nada.
  • Papás “autoritativos”: ejercen una autoridad responsable, donde cabe la convicción y la confianza.

El mensaje de fondo de los papás permisivos es: “En esta casa no hay reglas, porque en realidad no hay amor”. El mensaje de los papás autoritarios es: “En esta casa las reglas son más importantes que el amor”. En cambio, el mensaje de los papás autoritativos es: “En esta casa hay amor; por eso hay reglas”.

Yo creo sinceramente que todos ustedes quieren ser no sólo papás buenos, sino buenos papás, que no es lo mismo. Los papás buenos pueden tener buenos hijos, pero sólo los buenos papás pueden tener hijos buenos. Pues bien, los buenos papás son exigentes. Son exigentes con la exigencia del amor… Porque no exigir del hijo que sea cada vez mejor es indiferencia, lo contrario del amor. Ahora bien, exigir no es gritar. De hecho, los gritos suelen ser una manera muy ineficaz de exigir. Es mejor exigir con suavidad, como dice el adagio latino: Suaviter in forma, fortiter in re (suave en la forma, firme en el fondo). Exigir tampoco es entrarle a todo… Hay que distinguir lo importante de lo que no lo es; escoger bien las batallas; no desgastar la relación con los hijos sin necesidad.

Amor crucificado

Finalmente, amar de verdad y con exigencia a los hijos implica amarlos desde la cruz. Es mucho más fácil la actitud permisiva; incluso la autoritaria… Amar de verdad y con exigencia significa estar dispuestos a cargar:
  • La cruz de la incomprensión…
  • La cruz de equivocarse a veces y tener que pedir perdón a los hijos…
  • La cruz de poner el ejemplo…

María, Madre amorosa

María es ejemplo de amor verdadero, exigente y crucificado. Ella es Madre firme y suave al mismo tiempo. Nos reta siempre a crecer, a madurar, a ser mejores. Que Ella los asista en la sublime tarea de amar a sus hijos en Cristo y por Cristo, es decir, con un amor verdadero, exigente y crucificado.

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