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viernes, 11 de febrero de 2011

La vida es una larga lección de humildad

Entrevista al P. Alejandro Ortega, L.C. sobre su experiencia de vida sacerdotal en la Legión de Cristo. Tomada de www.regnumchristi.org


México, 28 de enero de 2011.

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¿Qué ha buscado al entrar en la Legión de Cristo?
P. Alejandro: Busqué responder a un llamado insistente de Dios a entregarme a Él y a su servicio. Me resistí por cierto tiempo. Estaba demasiado involucrado con mi carrera y proyectos personales. Pero encontré en la Legión una congregación seria, bien formada y apostólicamente muy comprometida en el servicio a la Iglesia y a los hombres, que me llamó mucho la atención. Encontré también un estilo sacerdotal que, en general, no conocía. Hombres que, aun con sus limitaciones personales, buscaban ofrecer lo mejor de sí mismos al servicio del Reino de Cristo. Todo ello me entusiasmó desde el primer momento.


¿Cuáles han sido las lecciones más importantes de sus años de formación?
P. Alejandro:Dicen que la vida es una larga lección de humildad. Mi vida de formación no ha sido diferente. Menos aún mi vida sacerdotal. Ha sido un camino de conocimiento y reconocimiento no sólo de mis capacidades y talentos sino también de mis grandes limitaciones, miserias y debilidades. Al mismo tiempo, ha sido una etapa para confirmar y reconfirmar ese elemento esencial de la «pedagogía y metodología divinas», que san Pablo resumió tan magistralmente: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2Cor 12, 9).

¿Cuáles han sido algunas de sus mejores experiencias en su ministerio sacerdotal?
P. Alejandro: Si pudiéramos hablar de tantas y tantas experiencias vividas en el marco del sacramento de la confesión, llenaría varias hojas respondiendo a esta pregunta. Pero de modo genérico, puedo decir que en cada confesión sacramental, y también a veces en la dirección espiritual, se toca con la mano la realidad de la redención, de esa intervención divina, histórica y concreta, suave y contundente, en el hoy de cada alma. Y es un don más allá de toda ponderación actuar en esos momentos como instrumento de Dios para esas almas.

¿Qué le ha ayudado y qué le ha causado dificultades en su vida sacerdotal?
P. Alejandro: Las dificultades han venido siempre de mi egoísmo: el mayor y, diría, el único verdadero enemigo de mi vida sacerdotal. En su doble vertiente de sensualidad y de soberbia, me ha hecho sufrir mucho. Cuando explico a los seglares el árbol de los vicios siempre les digo que es como mi «autorretrato». Junto a todo esto, lo que más me ha ayudado ha sido poder acudir siempre al amor infinito y misericordioso de Dios, también manifestado a través de la paciencia de mis formadores y de la comprensión y caridad de mis hermanos legionarios, y especialmente en la confesión semanal. ¡Qué alegría y qué consuelo al sentirse herido o caído, verse levantado, curado y sostenido por la mano de un hermano que está ahí junto, en la misma trinchera!

¿Cuál ha sido su experiencia en la colaboración con la iglesia local?
P. Alejandro: He tenido la gracia de poder colaborar cada domingo en la parroquia y Santuario de Fátima, en Monterrey, celebrando la misa dominical de las 7.30 p.m., y quedándome a confesar en la misa de las 9.00 p.m. El párroco y su equipo lo han agradecido mucho. Por su parte, la caridad y el celo apostólico del actual párroco, Mons. Juan José Hinojosa, me han sido muy edificantes. También su acogida desde el primer momento. Recuerdo una ocasión, cuando acababa de salir a la luz pública alguno de los temas más difíciles relacionados con nuestro Fundador, en que Mons. Hinojosa se me acercó, me dio un fuerte abrazo y me dijo: «Estén preparados, porque les espera una primavera de vocaciones y de crecimiento apostólico como no se imaginan».



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