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viernes, 10 de diciembre de 2010

La sabiduría del pesebre

 - artículo de 2009, pero sigue vigente -

LECCIONES DESDE UNA GRUTA PARA TIEMPOS DIFÍCILES


2009 ha sido el año de las crisis. Un año de sobresaltos económicos, financieros, políticos y de salud con repercusiones muy palpables en la mesa y el bolsillo. Por eso todos esperamos un 2010 si no bueno, sí menos malo. Pero esta esperanza para ser fundada necesita de un aprendizaje.



Jesús nació en medio de una crisis. “No había sitio para ellos en el alojamiento”, dice el Evangelio. Su crisis la salvó una gruta; y en la gruta, un destartalado pesebre. Tal vez este elemento navideño, de segundo plano pero importantísimo, nos ayude a sacar algunas lecciones de la crisis.

Lo primero que una crisis pone a prueba es la paciencia. Porque es lo primero que queremos: que se acabe pronto. El pesebre llegó a la gruta después de muchas vicisitudes y una larga espera. Ignoro cómo serían los pesebres de entonces. Hoy, a la usanza en muchos ranchos, no se llega a ser pesebre sin haber sido primero tambo de basura; sin ser golpeado y maltratado; sin ser pasado por la sierra y partido a la mitad. Es verdad, el pesebre de Belén tuvo la fortuna de estar en una gruta a la que el mismo Dios llegó para nacer. La paciencia es el arte de esperar.

Las crisis prueban nuestras resistencias. Demandan fortaleza. Si no nos quiebran salimos de ellas más fuertes. El pesebre tuvo que soportar un peso no previsto. Estaba muy acostumbrado a la ligereza de la paja, cuando de pronto sintió los 3.5 kg que pesaba el Niño Dios. Pero aguantó. Sabía, en el fondo, que un poco de tensión es muy saludable. Las crisis, afrontadas con valor, robustecen fibras ocultas de nuestra personalidad que, de otro modo, quedarían atrofiadas.

Las crisis prueban la prudencia. No es fácil saber qué hacer, qué decir, cómo comportarse. El pesebre se mantuvo silencioso. No podía resolver todos los problemas de José y María. Hizo lo único que podía en aquellas circunstancias: convertirse en una improvisada cuna. Y acertó. José y María no esperaban más de él. Mucho ayuda en momentos difíciles quien calla, observa y ofrece con sencillez una verdadera solución.

Las crisis prueban la generosidad. En tiempos de crisis es fácil hacerse la víctima y encerrarse. Pero una crisis no es motivo para olvidar a los demás. El pesebre, para ser útil, tuvo primero que abrir un espacio dentro de sí. Se vació de todo lo que no fuera necesario para recibir al Niño. Cuando la escasez aprieta, hay que ser capaces de despojarnos para dar cabida a los demás.

Las crisis prueban la humildad. Cuando María y José llegaron a la gruta encontraron un pesebre carcomido y abandonado. Pero no acomplejado. Aceptó gustoso aquella tierna carga y el inesperado honor de ser el primer sagrario de la historia. Tampoco se ensoberbeció. Sabía que la humildad no consiste tanto en pensar que somos menos, cuanto en pensar menos en lo que somos.

Las crisis prueban nuestra fe. Porque son sinónimo de inestabilidad, inseguridad e incertidumbre. Pero la fe es compatible con las situaciones más adversas. Creer es ser capaz de soportar dudas. Ahora bien, la fe no se improvisa. El pesebre primero soportó aquel peso sin nombre y sólo después, con la llegada de los pastores y los reyes magos, empezó a entender quién era el pequeño bulto. Muchas crisis al inicio tampoco tienen nombre. Pero con el tiempo corroboran nuestra fe. Decía Lacordaire: “La adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir”.

Las crisis prueban la austeridad. Nos obligan “a bajarle” y a agudizar el sentido de lo esencial. Un pesebre es un modelo de austeridad. Fuera de unos sencillísimos materiales, no tiene nada más. Para el pesebre en aquella gruta desnuda, el Niño a cuestas fue su único tesoro y servirle, su mayor riqueza.

No sabemos cuánto más dure la crisis. Pero sí sabemos que está siendo un magnífico aprendizaje. Quizá contemplando el pesebre de Belén saldremos de este difícil 2009 mejor preparados para un incierto 2010.