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lunes, 1 de noviembre de 2010

EL ÁRBOL DE ZAQUEO.

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
31 de octubre de 2010
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima
San Pedro Garza García, N.L.


Todos hemos necesitado alguna vez un árbol donde subir. De niño, mis hermanos y yo íbamos a la “tiendita”, a unas cuadras de casa. Tenía su emoción: en el trayecto había un perro bravo. Afortunadamente había un árbol…


Zaqueo, nuestro personaje de hoy, estará eternamente agradecido con su árbol. Fue un parte-aguas en su vida. Algunos árboles han dejado huella en la historia. Por eso para nosotros, como para Zaqueo, hablar de árboles puede ser mucho más que mera ecología.

1.   Un árbol prohibido

El primer gran protagonista fue el árbol prohibido del Edén.
“Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gn 2, 9).

Y el mandato de Yahveh fue claro:
“Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio»” (Gn 2, 16 – 17).

Pero Adán no obedeció:
“Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn 3, 6).

De este modo un árbol se convirtió en la ruina de la humanidad.
·      Por aquel árbol, el hombre rompió con Dios…
·      rompió con los demás…
·      rompió consigo mismo…
·      rompió con las creaturas…

Zaqueo mismo arrastraba seguramente esta quiebra cuádruple:
-       Era pecador: un hombre no muy cercano a Dios.
-       Era publicano: un hombre odiado por los hombres.
-       Era inquieto: un hombre dividido interiormente.
-       Era rico: un hombre tal vez esclavo de sus bienes.

2.   El árbol de la promesa

Pero Dios no se resigna. Ya en el mismo Génesis nos deja ver esperanza, cuando dice a la serpiente:
“Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar»” (Gn 3, 15).

A este texto, se le ha llamado el “Protoevangelio”. Y parece que, desde entonces, Dios ha usado siempre las mismas armas del mal para hacer el bien. Y así como un árbol fue la ruina de la humanidad, otro árbol sería su salvación.

3.   El árbol de Zaqueo

Pero volvamos de nuevo a Zaqueo. Dice el Evangelio que era “pequeño de estatura” y, por eso, no podía ver a Jesús. Todos somos, en realidad, pequeños de estatura cuando se trata de ver a Dios. Necesitamos de “un árbol” que nos permita subir más alto.
-       El árbol de un padre o de una madre, que te enseña la fe.
-       El árbol de un hermano o un amigo, que te acerca a Dios.
-       El árbol de un retiro espiritual.
-       El árbol de una enfermedad (caso de Armando, mi hermano).
-       El árbol de un accidente (caso de Christopher).
-       O simplemente, el árbol de la oración, que de pronto te permite “ver” a Jesús como nunca antes lo habías visto.

¿Qué árbol está poniendo Dios ahora a tu disposición para que puedas verlo y convertirte? Hay que reconocerlo: subir a un árbol no suele ser muy cómodo, como no lo fue para Zaqueo:
-       Le implicó esfuerzo.
-       Le implicó vencer la vergüenza.
-       Le implicó una posición incómoda.
-       Le implicó saber esperar.

¿Estás dispuesto a todo esto para poder ver a Jesús? Por fortuna, el resultado superó todas sus expectativas: No sólo “vio” a Jesús, sino que “fue visto” por Él. Y fue llamado a lo que sería el inicio de su conversión: “Baja pronto, porque conviene que hoy me hospede en tu casa”. ¿Cómo reaccionó Zaqueo ante estas palabras totalmente inesperadas? “Se apresuró a bajar y le recibió con alegría”. Pero no quedó todo en una alegría pasajera: Zaqueo se transformó, se convirtió. Se volvió generoso: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres”. Pidió perdón y restituyó: “Pagaré cuatro veces más a quien haya defraudado”.

4.   El árbol de la cruz

Los Santos Padres (primeros teólogos de la Iglesia) comprendieron muy pronto que había una relación entre el árbol de la condenación (el árbol del Edén) y otro “árbol”, que llegaría siglos más tarde a ser causa de nuestra salvación: el árbol de la cruz. Un árbol con menos ramas, pero con más frutos. Un árbol menos frondoso, pero más acogedor. Un árbol menos atractivo, pero más curativo. Un árbol menos buscado, pero más cantado y adorado.

Canta una antífona del Viernes Santo: “Cruz amable y redentora, árbol noble, espléndido. Ningún árbol fue tan rico, ni en sus frutos ni en su flor. Dulce leño, dulces clavos, Dulce el fruto que nos dio”.

La Virgen María ha sido llamada la “nueva Eva”. La antigua Eva hizo que Adán, el primer hombre, comiera del árbol del pecado, del árbol Edén. María, la Nueva Eva, nos invita a comer del árbol de la gracia, que es el árbol de la cruz.

Y si próximamente te toca subir de algún modo al árbol de la cruz, hazlo con gusto, con interés, con esperanza: Jesús ciertamente pasará por ahí.