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lunes, 22 de abril de 2013

CON OLOR A OVEJA



21 de Abril 2013

Una súplica especial

En cierta ocasión, Jesús pidió a sus discípulos que rogaran al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies (cf. Mt 9, 38). La Iglesia ha recogido este mandato de Cristo y ruega cada año por las vocaciones. Por todas las vocaciones: al sacerdocio, a la vida religiosa o consagrada, a la vida célibe no consagrada y a la vida matrimonial. Ella dedica, sin embargo, una jornada especial a pedir por las vocaciones sacerdotales: el IV Domingo de Pascua, también llamado Domingo del Buen Pastor. La misión del sacerdote es hacer presente a Cristo, Buen Pastor, en el mundo. El reto es grande; la respuesta tiene que ser valiente. Implica vencer miedos, dejar planes, sacrificar afectos y, lo más importante, renunciar a sí mismo para ser de Dios y de los demás. Evidentemente, pocos reciben esta vocación, al menos en comparación con las demás vocaciones. Y esos pocos no siempre la escuchan o aceptan. Cada año, los jóvenes que suben al altar para ser ordenados son menos de los necesarios.

“Sacerdotes según tu corazón”

La Oración por las vocaciones termina pidiendo: “Danos sacerdotes, religiosos y almas consagradassegún tu corazón”. La súplica nace, en realidad, de una promesa hecha por Dios mismo al pueblo de Israel: «Os daré pastores según mi corazón» (Jer  3, 15). El mundo necesita “pastores según el corazón de Dios”. Y el Papa Francisco, en la Misa Crismal del Jueves Santo, resumía así esta semblanza: “pastores con olor a ovejas”. Un pastor según el corazón de Dios es cercano a sus ovejas; tanto que se impregna del sudor, las lágrimas, el aroma, la esencia y el aliento de cada una. El sacerdote según el corazón de Dios es alguien que vive con y para sus ovejas. Nada de su vida le es ajeno. Todo le importa. Lo explicaba un sacerdote en un documental de los obispos norteamericanos sobre la vocación sacerdotal: «en un solo día te alegras con los papás en el bautizo de su recién nacido, te entristeces con una joven atribulada en la confesión; te ríes con los novios en su matrimonio y poco después lloras con una familia en el funeral de un ser querido”. Así es la vida del sacerdote: una vida con olor a oveja; una vida impregnada de todas las experiencias humanas.

El poder de la oración

Detrás de cada sacerdote hay muchas oraciones. Nadie puede responder al llamado de Dios ni ser buen pastor sin la oración de los demás. La oración abre el oído interior de los jóvenes al llamado de Dios y mueve su corazón a la valentía y la generosidad para decir “sí”. Porque ésa es la historia de toda vocación: Dios llama; el hombre se resiste; la gente reza; el corazón se abre y nace un seminarista; es decir, uno que lleva en sí la semilla de pastor. Sigue después el largo camino de la formación. No son años fáciles. Suele haber crisis, oscuridades y titubeos. Pero de nuevo, la oración de la Iglesia sostiene al seminarista hasta que llega, finalmente, el día de su unción sacerdotal. Y ya recibido el sacramento, se impone un nuevo reto: la santificación y perseverancia en el ministerio. Nuevo motivo para la oración de todos. Dios nos hizo pastores; pero pastores de barro. No tenía otro material a la mano para hacernos. Por eso a veces nos resquebrajamos. Todo sacerdote tiene alguna cuarteadura por algún lado. Sólo la oración y la comprensión de las ovejas nos recompone, nos sana, nos permite seguir a su servicio. ¡Qué grande y qué poderosa es la oración de las ovejas por sus pastores! Oren, sí; oren mucho por los jóvenes llamados al sacerdocio; y oren también por los sacerdotes, llamados todos a la santidad; y así haya más pastores según el corazón de Dios.

María, Madre de los sacerdotes

No hay sacerdote que no le deba su vocación a María. Ella es la Madre de los sacerdotes, porque cada uno de nosotros es otro Cristo en el mundo. A Ella acudimos cada noche, antes de acostarnos, para ponernos en sus manos; para pedirle fortaleza en nuestras debilidades y consuelo en nuestras penas. Dudo que haya algún sacerdote que no tenga a María en su habitación, en su breviario, en una estampa junto a su corazón. Por eso, al pedir por las vocaciones sacerdotales, lo hacemos siempre invocando la intercesión de María: “Te lo pedimos por la Inmaculada Virgen María de Guadalupe, tu Dulce y Santa Madre: Danos sacerdotes, religiosos y almas consagradas según tu corazón”.