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domingo, 17 de junio de 2012

CUATRO REGLAS DE SANTIDAD


Domingo XI del Tiempo Ordinario
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima Monterrey, N.L.






Vida espiritual

También la vida espiritual tiene reglas. El Evangelio de hoy nos presenta, en dos parábolas, cuatro reglas de santidad. Es decir, cuatro principios que debemos comprender para crecer y madurar en la vida espiritual. Las tres primeras reglas se desprenden de la parábola del grano que da fruto sin que el hombre sepa cómo. La cuarta regla se desprende de la segunda parábola, la del grano de mostaza.

Primera regla: La santidad no es obra nuestra.


Dice el Evangelio: «y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto». La santidad no es obra nuestra: es de Dios. Esta regla, la más sencilla de todas ─la “regla número uno de la santidad”─, es la que más tiempo nos lleva aprender y asimilar. Bien lo decía Jacques Philippe: «En el fondo es muy sencillo, pero como todas las cosas sencillas, se requiere de muchos años para comprenderlas y, sobre todo, para vivirlas» (En la escuela del Espíritu Santo, p. 13).  El camino de la santidad se hace largo porque tardamos en convencernos de que la santidad es, al mismo tiempo, lo más difícil y lo más fácil de alcanzar. Lo más difícil, porque no está en nuestras manos. Lo más fácil, porque está en las manos de Dios, y ¡Él nos quiere santos! A veces encuentro personas que quieren sinceramente crecer en santidad, y casi siempre me preguntan: “¿Qué más tengo que hacer?”. Ahí comienza mi tarea como director espiritual: convencerlas de que no se trata de “hacer cosas”, de que la santidad no es obra nuestra, sino de Dios en nosotros.  La santidad no es lo que nosotros hacemos sino lo que Dios hace de nosotros. La buena noticia es que, una vez asimilada esta primera regla de la vida espiritual, todas las demás se aprenden rapidito…

Segunda regla: la santidad es gradual.

Dice el Evangelio: «primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas». La gradualidad es ley de todo crecimiento. El tiempo y la paciencia son fundamentales. Por eso escribió Santa Teresa: “la paciencia todo lo alcanza”. Ni siquiera las conversiones fulminantes son tan rápidas como parecen. San Pablo se retiró tres años para terminar de comprender y asimilar su propia conversión (cf. Gal. 1, 17 - 18). La impaciencia, la desesperación y la frustración suelen evidenciar una falsa búsqueda de la santidad, quizá más motivada por cierta vanidad espiritual que por el deseo sincero de agradar a Dios. A propósito de esto, el P. Peter Coates, L.C. publicó hoy un artículo genial: La sabia lentitud de la semilla: “…el bambú japonés no es para impacientes. Se siembra la semilla, se abona y se riega constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas, la planta de bambú crece más de treinta metros.  El crecimiento espiritual es así. El cristiano desarrolla su sabiduría, gozo, coraje y control de sí por medio de un esfuerzo paciente y perseverante de colaborar con Dios durante un tiempo prolongado. Desarrollar un alma hermosa no es lo mismo que hacerse un café instantáneo. Sepamos ser pacientes ante la frustración de no progresar en la vida espiritual tan rápido como quisiéramos”.

Tercera regla: La santidad es imperceptible.

Dice el Evangelio: «Sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece». Los santos, normalmente, se consideran grandes pecadores. No perciben la obra de Dios en sus almas. Tal vez Dios lo hace así para evitarles el mayor peligro para su santificación: la soberbia. Por otra parte, existe una “regla no escrita” de la santidad según la cual cada uno llega a ser el santo que no quería ser. De nuevo cito a Philippe: «Nosotros ignoramos en qué consiste nuestra propia santidad, eso se va revelando poco a poco a lo largo del camino y, con frecuencia, es algo distinto de lo que podríamos imaginar. Hasta el punto de que el mayor obstáculo para la santidad es, quizás, el de “aferrarnos” a la imagen que nos hacemos de nuestra propia perfección…» (J. Philippe, op. cit., p. 16).

Cuarta regla: Dios hace más con menos.

Es la segunda parábola de hoy: el grano de mostaza. Dice el Evangelio: «la más pequeña de las semillas… crece y se convierte en el mayor de los arbustos».  Cuanto más pequeño y humilde el hombre, más margen de maniobra le deja a Dios para trabajar en él.
Ahí donde el hombre se muestra débil, flaco, incapaz de nada, está la mejor tierra para que Dios siembre y haga germinar las semillas de santidad. Así es la santidad: “dejar las manos sueltas” para que Dios las maneje, las guíe, las haga hacer lo que jamás hubiéramos imaginado poder hacer.

Reina de todos los santos

María es Reina de todos los santos. No es un título honorífico. Es más un compromiso que Ella ha tomado de ayudarnos a ser santos.
Que Ella nos conceda la gracia de ser dóciles a la obra de santificación que Dios ha iniciado en cada uno de nosotros de modo gradual, imperceptible, pero muy eficaz.


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