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lunes, 24 de octubre de 2011

IGLESIA Y MARKETING


XXX Domingo del Tiempo Ordinario - DOMUND
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.


Día mundial de las misiones

Hoy celebra la Iglesia el “Día mundial de las misiones”.  La Iglesia, en este día, se mira a sí misma y reflexiona sobre la misión que Cristo le ha confiado: llevar su obra redentora a todos los hombres, de todos los tiempos, de todos los rincones de la Tierra. Cada uno de nosotros, en cuanto a su vida cristiana, es fruto de esta misión ya milenaria de la Iglesia. Pero esta misión está aún lejos de cumplirse. Así lo expresó Juan Pablo II: “La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (Encíclica Redemptoris missio, n. 1). La estadística no perdona: de los más de 6 mil millones de habitantes del mundo, sólo una sexta parte pertenece a la Iglesia Católica.


Algo más que marketing

Es común escuchar que la Iglesia tiene la culpa por ser tan intransigente; por no tener sensibilidad ante ciertos dramas de la existencia humana. Ante del drama de la sobrepoblación, ¿por qué no permite la anticoncepción? Ante el drama de las violaciones o las malformaciones del niño o niña en gestación, ¿por qué no permite el aborto? Ante el drama de las parejas que no pueden tener hijos, ¿por qué no permite la fecundación “in vitro”? La Iglesia parece no sólo una “mala vendedora”; también parece una “mala madre”, que no tiene sensibilidad ni amor a sus hijos. Para muchos, la Iglesia debería ya ajustarse a la mentalidad del mundo actual, más relativista y hedonista. Para otros, la Iglesia debería ser menos jerárquica, más democrática y abierta a la opinión del “pueblo de Dios”. Para otros, finalmente, la Iglesia tiene un buen producto, pero un pésimo “marketing”; no sabe “vender” su producto…

Si la Iglesia hiciera marketing

Si la Iglesia fuera un negocio –como algunos creen que es–, sólo interesada en ganar clientes o afiliados… Empezaría por encuestar la opinión de la gente sobre cada artículo del Credo. Haría estudios de mercado antes de poner una iglesia en cualquier colonia, barrio o pueblo de misión. Daría opción a sus clientes de escoger 3 ó 4 de los 10 mandamientos para seguir como miembro activo. Tendría programas de lealtad y tarjetas oro o platino para los clientes más asiduos. A quien acumulase 3 ó más confesiones, le daría una “absolución” extra, sin tener que pasar por el confesionario. Tendría un departamento de quejas más grande y eficiente. Jamás prohibiría lo que la gente suele disfrutar. “Mientras no molestes al vecino…, todo lo demás está bien”. No tendría dogmas, ni encíclicas, ni instrucciones doctrinales: lo dejaría todo a la opinión del cliente. Si hay temas, como el infierno, que molestan a los clientes, los quitaría inmediatamente del menú de opciones. Y, por supuesto, dejaría ya de molestar a sus clientes con peticiones de limosnas, diezmos y donativos para el sostenimiento de la Iglesia y sus pastores, para la campana, el sonido, las bancas, etc. Sería mejor pensar en una cuota personal que dependería del tipo de “membresía” que el cliente elija:

  • Una membresía sería para  el “católico no practicante”.
  • Otra para el que sólo viene a Misa los domingos.
  • Otra para el que además quiere Misa entre semana y rezar un poco todos los días.
  • Otra para el que además quiere confesión regularmente.
  • Y bueno, la membresía “AAA” ya sólo para el que aspire a santo.

Cuando el producto pesa más que el marketing

Si la Iglesia vendiera un producto suyo, “hecho en casa”, tal vez sería válido todo este marketing. Pero ¿qué “producto” “vende” la Iglesia? Su “producto” es, en esencia, la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre y su destino. La Iglesia sabe que Ella sólo es depositaria, no dueña, de la verdad que profesa. Es una verdad que Ella recibió de Dios, y más plenamente de Jesucristo, Hijo de Dios y Fundador de la Iglesia. Es verdad, la Iglesia también es “institución” y, como tal, tiene una normativa propia. Pero en esencia, todo en ella está al servicio de la proclamación de la verdad sobre Dios y sobre el hombre mismo. La verdad que predica la Iglesia abarca tanto la fe como la moral; es decir, no sólo enseña lo que debes creer, sino también lo que debes vivir. En el fondo, Ella sabe que mantenerse fiel a la verdad sobre todos esos temas es parte de su misión; es parte de su esencia; es expresión de su amor y de su fidelidad a Dios y a los hombres. Mal servicio haría a los hombres engañándolos con falsos permisos, con tolerancias nocivas. No voy muy lejos: los papás aquí presentes, responsables de sus hijos, saben muy bien qué límites ponerles: para su propio bien. Si el hijo o la hija los tacha de “inhumanos” por no darle permiso, ellos saben que eso no es motivo para cambiar de opinión. “Algún día lo entenderán”, se dicen a sí mismos. Lo mismísimo le pasa a la Iglesia. Ella está para amar y servir. Tal vez con no pocas incoherencias y defectos en su “parte humana”, pero procurando siempre mantenerse fiel al contenido esencial de la fe y de la moral que Jesucristo, su Fundador, le ha mandado enseñar a todos los hombres. ¡Ésa es su misión! “Relajar” las normas no es la manera de aumentar los adeptos. El Islam es más estricto en ciertos temas, y ya tiene más “adeptos” que nosotros.

Hacia una nueva evangelización

En todo caso, el gran reto de la Iglesia hoy es cómo “vender” el “mismo producto” en su esencia, pero con envolturas nuevas, más acordes a la sensibilidad y a la mentalidad del hombre y la mujer de hoy. Para ello, Ella misma se ha trazado un programa: la “Nueva Evangelización”: nueva no en sus contenidos, sino en su ardor, en sus métodos y en su expresión (cf. Juan Pablo II, exhortación Pastores Dabo Vobis, n. 18). No sólo eso: el Papa Benedicto XVI creó hace unos meses un nuevo organismo en la Curia Romana: el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización.

María, Madre de la Iglesia

La Iglesia cumple su misión no siendo sólo “Maestra”, sino también “Madre”. Y, como buena madre, procura ser firme y bondadosa al mismo tiempo. Por eso no sólo tiene púlpitos; también confesionarios, donde administra generosa y comprensivamente el perdón de Dios a todas las faltas. María es Madre de la Iglesia. Ella es el Modelo que la Iglesia contempla mientras cumple su misión. Pues Ella fue en su vida ejemplo de aquel afecto maternal con el que es necesario que estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para la salvación de los hombres. A Ella encomendamos especialmente en este día la gran misión de la Iglesia en el mundo de hoy.