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lunes, 9 de mayo de 2011

CUANDO ARDE EL CORAZÓN

III Domingo Pascua - 8 de mayo de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.


Un “caso de estudio”

Dos hombres audaces, entusiasmados y felices llegan de noche, corriendo, a Jerusalén. Casi tumban la puerta del cenáculo donde se hallaban los apóstoles. Traen la emoción a flor de piel. A borbotones salen de sus labios palabras fogosas, arrebatadas. Jamás habían sentido tanto gozo.

Pocas horas antes, esos mismos hombres caminaban lentos, cabizbajos, tristes y decepcionados de Jerusalén a Emaús. ¿Qué pasó? ¿Qué los transformó? ¿Qué hizo arder su corazón? Hagamos un “flashback” para buscar una respuesta.

Incumpliendo expectativas: la decepción

Venían de Jerusalén, tristes y apesadumbrados, por la muerte del Maestro. No eran apóstoles. Eran discípulos; buenos discípulos del Señor. Hombres que seguramente escucharon su mensaje, vieron sus milagros y captaron la estatura sobrehumana de aquel nuevo rabino, tan distinto a los demás. Y muy pronto se habían entusiasmado con la idea de que éste era el Mesías tan esperado…

Ahora, sin embargo, todo parecía haber terminado. Las autoridades judías entregaron a Jesús para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. El “profeta poderoso en obras y palabras” murió y lo sepultaron. Con él, también sus esperanzas quedaban muertas y sepultadas: “Nosotros esperábamos que Él sería el libertador de Israel”. Stephen Covey dice que la forma más fácil de dañar una relación interpersonal es crear expectativas y no cumplirlas.

De hecho, Jesús no resolvió prácticamente nada, si nos referimos a los “males mayores” de la humanidad:

  • Multiplicó los panes, pero no eliminó el hambre del mundo.
  • Curó a muchos enfermos, pero no erradicó la enfermedad.
  • Se mostró como el “Príncipe de la Paz”, pero no acabó con la guerra o la violencia.
  • Fue enteramente “Justo”, pero no canceló la injusticia ni la opresión social.
  • Es Dueño y Señor de la creación, pero no evita, aún hoy, las catástrofes naturales.


Tal vez nosotros también tenemos falsas expectativas sobre Jesús, sobre Dios. Y por eso nos decepciona: porque no cumple nuestras expectativas.

Si no pasas un examen.
Si no consigues ese puesto de trabajo.
Si no te hace caso la chica que te gusta.
Si no sales de un problema personal.
Si no te quita un vicio.

“Nosotros esperábamos…” y nos quedaremos esperando, decepcionados, si ése es el tipo de Mesías que esperamos: un “resuelve-problemas” de aquí abajo. Mientras tengamos expectativas equivocadas, estaremos esperando al Mesías equivocado. Esta decepción será, sin embargo, un paso necesario para abrirnos a la esperanza en el Mesías verdadero.

Conversando con un forastero: la oración.

Volvamos a nuestros discípulos camino de Emaús. Les sale al paso un forastero. Uno que recorre, casualmente, la misma ruta de ellos. Se interesa por ellos, por su conversación: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”. Bastante extraño el forastero éste, que no sólo escucha sus palabras sino también sus corazones, y los encuentra llenos de tristeza. Así es Jesús: un “extraño forastero” que se acerca y camina a nuestro lado, nos escucha, nos intuye, nos adivina…

Y tantas veces le respondemos de mal modo, pensando que “no entiende nada” de lo que nos pasa: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido en estos días en Jerusalén?”. ¡Vaya que sabía lo que había pasado…! ¡Cada instante de aquellas largas horas había dejado una marca, una herida, una huella en su propia carne! Así también sabe perfectamente todo lo que nos pasa, porque cada instante de nuestra vida deja una huella en su propio corazón humano-divino…

Pero Jesús responde ingenuamente: “¿Qué cosas?”. Jesús quiere que conversemos con Él: quiere que oremos. Y qué mejor que empezar por compartirle lo que nos lastima, lo que nos duele, lo que nos desalienta, lo que nos frustra… No importa que Él ya lo sepa. Quiere que se lo digamos, porque eso es orar.

Puede ser que al inicio sientas que hablas con un extraño; uno que está “lejos de ti”. Poco a poco sentirás que sabe y se interesa de ti más de lo que te imaginas, y empezará a arder tu corazón.

El poder de la Escritura

Jesús los escucha e inicia su gran lección magistral: les cita las Escrituras. La Biblia tiene palabras de vida y de esperanza. ¡Qué importante es reabrirla cuando nos sentimos tristes y decepcionados…! Ella es testimonio irrefutable de que Dios tiene el supremo poder de transformarlo todo en posibilidad de encuentro con nosotros: nuestras debilidades, crisis y soledades, luchas y perplejidades. Así, escuchando las Escrituras, el corazón de los discípulos fue pasando de la tristeza a la serenidad; de la serenidad a la esperanza; de la esperanza a la alegría y de la alegría a un ardiente gozo: “Con razón nuestro corazón ardía mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras”.

El encuentro con Cristo en plenitud: la Eucaristía

Del corazón ardiente de los discípulos brotó la súplica más hermosa que haya podido llegar jamás a los oídos de Dios: “¡Quédate con nosotros!” A eso había venido Jesús: a poner su morada entre nosotros…  El Evangelio dice que “vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Ahora, en cambio, el hombre le suplica que se quede; su corazón se ha transformado. La Eucaristía es presencia viva; es comunión y es fiesta; es misterio y es revelación: es Jesús que se queda en nuestra casa. Que resuene siempre en nuestro corazón esta misma súplica, porque es la oración más bella, y también la más necesaria: ¡Quédate con nosotros!  Como dice un bellísimo canto italiano, de Marco Frissina:

“Resta con noi, Signore, quando le tenebre scendono in torno a noi. Quando il dolore sembra oscurare i cieli sopra di noi..”
“Quédate con nosotros, Señor, cuando las tinieblas descienden a nuestro derredor. Cuando el dolor parece oscurecer los cielos sobre nosotros”.

Conclusión

¿En qué etapa estás? ¿Vas apenas de camino, y Jesús es para ti un “forastero despistado”, que no entiende nada de lo que te pasa? ¿O ya le abriste tu corazón a Cristo, contándole todo en la oración…? ¿Sientes que tu corazón se llena de gozo cuando escuchas a Jesús en algún pasaje de la Sagrada Escritura? ¿Te encuentras realmente con Cristo en la Eucaristía?

María Santísima nos alcance la gracia de recorrer no sólo el camino de Jerusalén a Emaús, sino también y sobre todo el camino de Emaús a Jerusalén, ardiendo el corazón y deseosos de comunicar nuestra experiencia a los demás.

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