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lunes, 9 de agosto de 2010

El inicio.

"Quien no se conoce, probablemente vive en la ilusión; quien se conoce pero no se acepta, tal vez caiga en la desilusión; quien se conoce y se acepta, pero no se supera, quizá ceda al conformismo"

Debo a Alexander Solyenitsin una de las intuiciones más certeras que conozco sobre el hombre. El escritor ruso desterrado al archipiélago Gulag cuenta en sus memorias cómo un día, tras recibir una golpiza, tuvo un delirio de venganza. Imaginó que la situación se invertía. Que sus verdugos pasaban a ser presos y él, verdugo. Sintió de pronto cómo la maldad hacia erupción en su interior. Manaba a borbotones desde una oscura y hasta entonces desconocida fuente. Se vio a si mismo, casi extasiado, desquitándose con extrema saña y crueldad. Entonces recapacitó y cayó en la cuenta de una tremenda e inquietante realidad: la línea divisoria entre el bien y el mal no separa a unos hombres de otros -los "buenos" y los "malos"-, sino que atraviesa de punta a punta el corazón de cada hombre.



El corazón humano es un amasijo de incoherencias y contradicciones. La Biblia lo describe con dureza: "El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?". De hecho, el órgano físico parece una metáfora perfecta de lo que ocurre en el plano moral y espiritual. La sístole y la diástole -la contracción y la relajación-, como movimientos contrapuestos y normales de su funcionamiento, son un reflejo cercano de cómo alternan en el ser humano los momentos de grandeza y miseria, de fortaleza y debilidad, de bondad y de rabia, de mezquindad y generosidad.

Este espacio de expresión quiere ser realista. Por eso, más que pretender quitar las malas inclinaciones, sugiere cómo aprovecharlas. Parte de la convicción de que nuestro crecimiento interior se basa en el arte de aprovechar nuestras malas inclinaciones, faltas y caídas para forjar virtudes. Dicho de otro modo, tener que luchar no es tan malo. Es el precio de nuestra madurez espiritual. Y el fruto de esta madurez es un tipo de paz compatible con esa lucha entre vicios y virtudes que se libra cada día en nuestro corazón: la paz de estar luchando.

Por experiencia sabemos que los buenos propósitos se diluyen fácilmente. Nuestras determinaciones no bastan. Tampoco nuestras fuerzas. Jesús lo dijo tajantemente: "Sin mí no podéis hacer nada". Necesitamos de Dios. Por eso, para que estos escritos puedan hacer brotar algún fruto, es preciso orar, acudir humildemente a Dios. Sólo Él nos dará la luz, la sabiduría y la fortaleza para conocernos con sinceridad, aceptarnos con serenidad y superarnos con paciencia, realismo y tenacidad.

(adaptado de la Introducción del libro: "VICIOS & VIRTUDES")