El máximo enemigo en la vida
La vida nunca ha sido fácil. Hay días en que todo sale mal. El agua de la ducha está helada; los niños, insoportables; el tráfico, espantoso; las noticias, pésimas; y una oscura nube de mal humor se cierne sobre el horizonte. Son los enemigos cotidianos de la serenidad.
Pero ninguno de ellos como nuestro ego, cuando anda desatado, inflamado o lastimado. Nuestro ego magnifica todos los pesares. Un alto empresario colombiano decía que «el ego es como la velocidad: agrava cualquier accidente»[1]. Cuando nuestro ego está en su lugar, ningún accidente puede robarnos más tiempo que el necesario para resolverlo.
La palabra “ego” viene del latín, y significa simplemente “yo”. La traducción literal de “egoísmo” sería “yoísmo”: un afán desmedido de defender, proteger, magnificar, complacer, mimar el propio yo, normalmente a costa de los demás. Dicho de otro modo, es el amor desordenado de uno mismo.