¡Gracias por su visita!

Aquí podrán leer capítulos de "Vicios & Virtudes", guías, frases, fotos y otras publicaciones. Los lunes estará disponible el nuevo video con la homilía del evangelio y la versión en texto. ¡Gracias por su visita!

lunes, 16 de julio de 2012

BASTÓN, SANDALIAS Y TÚNICA



Domingo XV del Tiempo Ordinario
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.

El principio K.I.S.

Una de las reglas de oro de Steve Jobs, genio fundador de Apple, fue lo que ahora se conoce como el principio “K.I.S.” por sus siglas en inglés: “Keep it simple” (mantenlo simple). Simple es sinónimo de “amigable”. Y eso es lo que quería Jobs en todos sus inventos: el más alto diseño unido a una rebosante simplicidad. Claro, el precio de la simplicidad exterior suele ser una elevadísima sofisticación interior. Por eso, el mismo Jobs solía decir: “El culmen de la sofisticación es la simplicidad”.


El fenómeno de la complicación

Por una extraña razón, nosotros a veces nos movemos en la dirección opuesta. Nos gusta complicarnos la vida y, de paso, se la complicamos a los demás. Sentimos, tal vez, que la complicación es sinónimo de “alto perfil”, de “interesante”, de “atractivo”, etc. Tal vez por eso, de las cosas más sencillas hacemos a veces rituales o protocolos muy complejos. Se nos olvida lo que decía san Lorenzo Justiniani: “En lo complicado siempre está la pezuña del diablo”.

Jesucristo, el simplificador

Jesús se adelantó a Jobs por lo menos dos milenios. Para Jesús, la vida, el mensaje y los recursos de sus discípulos y misioneros tendrían que rebosar simplicidad. Era la manera de hacer ver, por otro lado, que la fuerza y la eficacia del cristianismo no vienen de los hombres sino de Dios. De ahí que esos mismos discípulos y misioneros tan desprovistos humanamente fueran tan poderosos curando enfermos, expulsando demonios, resucitando muertos (cf. Mt. 10, 8). De hecho, según el Evangelio de hoy, la vida y la misión cristianas sólo requieren un bastón, un par de sandalias y una túnica.
Siguiendo una cierta analogía bíblica, podemos suponer que el bastón representa la fe; las sandalias, la moral; la túnica, la espiritualidad.

El bastón de la fe

La primera instrucción simplificadora de Jesús es que debemos llevar un bastón. En varios pasajes bíblicos, el bastón o cayado aparece como símbolo de la fe en Dios. Quizá el caso más célebre es el de Moisés. El pueblo de Israel se hallaba indefenso entre el ejército egipcio y el Mar Rojo. La situación era desesperada. Que el mar pudiera abrirse era la última idea que se le podía ocurrir a un pueblo en fuga. Pues eso es exactamente lo que ocurrió, gracias a la fe de Moisés. «Dijo Yahveh a Moisés: “¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto”» (Ex. 14, 15 – 16). «No se necesitan muchos episodios de estos –escribe Carlo Carretto–  para mostrar a quien tiene fe lo que Dios puede hacer y hace por su pueblo» (Lo que importa es amar). Ahora bien, todos hemos tenido y tendremos algún Mar Rojo en la vida: una situación aparentemente sin salida, sin esperanza, sin solución lógica previsible. Pero el bastón de la fe abrirá siempre nuevas posibilidades. Además, la fe no sólo es simple como un bastón; es también simplificadora. Ayuda a entender lo inentendible. En cierto modo, y parafraseando a Jobs, la fe no ignora la complejidad de la vida; la conquista.

Las sandalias de la moral

La segunda instrucción simplificadora de Jesús es llevar sólo un par de sandalias. Las sandalias evocan inmediatamente la idea de caminar. La moral es la invitación de Jesús a caminar por la senda recta que lleva a la vida. Los principios morales, tanto de orden natural como revelado, son sandalias para el camino. Quien vive de acuerdo con la ley moral sabe que va por el camino del bien, y que ese camino le llevará a buen destino. Ahora bien, normalmente las sandalias se hacen a la horma del pie. Cuando son nuevas, pueden resultar incómodas. Pero una vez que uno las “camina”, se amoldan al propio pie y se vuelven cómodas. A veces sentimos que la moral cristiana nos molesta, nos saca ampollas, no nos deja caminar. Nos parece que todo es “prohibición y mandamiento”; que no deja espacio a la libertad. Tal vez deberíamos preguntarnos si lo que pasa es que no hemos hecho de la moral cristiana nuestra “propia ley”; si no la hemos interiorizado, “hecho nuestra”. En la medida en que la moral es aceptada e interiorizada se vuelve más cómoda, como un par de sandalias. Sólo así, la moral deja de ser ley y se vuelve libertad; o, mejor, “ley de libertad”, como la definió el apóstol Santiago (cf. Sant. 2, 12).

La túnica de la espiritualidad

La tercera y última instrucción simplificadora de Jesús es llevar una sola túnica. “Espiritualidad” es un concepto amplísimo. Comporta múltiples aspectos de nuestra relación con Dios. Sin embargo, el núcleo de la espiritualidad cristiana es la vida de gracia. Cuando el Nuevo Testamento habla de la vida de gracia, a veces se refiere a ella como un vestido o túnica. Todos recordamos la parábola de Jesús sobre un hombre que se presentó en el banquete del Reino de los Cielos sin el traje de fiesta, y fue arrojado fuera, a las tinieblas (cf. Mt. 22, 12).  La espiritualidad cristiana, en su forma esencial de oración y sacramentos, tiene una función “arropadora” de nuestra vida. No es casualidad que la Iglesia nos invite especialmente a la oración y los sacramentos en los momentos más importantes de la vida: el nacimiento, la edad de la razón, la elección de estado, la enfermedad y la muerte. Dios quiere “arroparnos” con su gracia especialmente en esos momentos clave de la existencia humana. Por lo demás, llevar una túnica para el camino se vuelve indispensable sobre todo cuando se prevé que habrá excesivo sol, lluvia, viento, tal vez tormenta. La oración y los sacramentos constituyen el ajuar básico de cualquier vida expuesta a la intemperie.

En síntesis

Que el discípulo de Cristo sólo necesite un bastón, unas sandalias y una túnica significa que la vida cristiana es muy simple. Sus tres ingredientes fundamentales son: fe, moral y espiritualidad. De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica recoge, en cierto modo, esta simplicidad en su estructura básica:

Primera parte: La profesión de la fe (fe)
Segunda parte: Los sacramentos (espiritualidad).
Tercera parte: La vida en Cristo (moral)
Cuarta parte: La oración cristiana (espiritualidad)

La mirada simplificadora de María

Para simplificar nuestra vida hace falta un espíritu infantil. Y María nos ayuda muchísimo a alcanzarlo. Ella, como madre, tiene una mirada que nos simplifica la vida y, de paso, nos la llena de alegría. Así lo expresó admirablemente Bernanos: «El niño extrae humildemente el principio mismo de su alegría del sentimiento de su propia impotencia. Confía en su madre. Presente, pasado, futuro, toda su vida, la vida entera, se encierra en una sola mirada y esa mirada es una sonrisa» (Diario de un cura rural). La mirada amorosa de María nos haga sentir también a nosotros que para ser buenos cristianos sólo necesitamos el bastón de la fe, las sandalias de la moral y la túnica de la espiritualidad.