Domingo XIII del Tiempo Ordinario
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.
Contacto físico
El contacto físico es un lenguaje primario del amor, dice Gary Chapman
en su libro Los cinco lenguajes del amor.
Todos hemos sentido alguna vez la fuerza expresiva de este lenguaje. El
contacto físico es un lenguaje fuerte,
sin palabras
La hemorroísa
El Evangelio de hoy nos presenta el caso de una mujer que experimentó
toda la fuerza del contacto físico. No sabemos su nombre. Sólo sabemos lo que
le pasaba. Por eso, la tradición cristiana la ha bautizado con el nombre, nada elegante,
de “hemorroísa”. El Evangelio nos ofrece de ella dos datos esenciales:
Que padecía flujo de
sangre desde hacía 12 años. Que había gastado toda su fortuna en médicos, y
estaba desesperada. Tenía, por tanto, dos problemas: uno médico y otro anímico.
Esa pérdida continua de sangre le iba quitando no sólo las fuerzas físicas,
también las espirituales. Además, según la mentalidad judía, el sangrado femenino
era causa de impureza. Por eso la hemorroísa, además de enferma, se sentía sucia,
miserable, indigna.
El contacto de la fe
Hasta que oyó hablar
de Jesús. ¿Qué habrá oído de Él, que le despertó tanta fe? ¿Que era un gran
profeta? ¿Que era muy sabio? ¿Que era poderoso? Lo que despertó su fe, más
probablemente, fue saber que se hospedaba con pecadores, que hablaba con
prostitutas, que tocaba a los leprosos. En otras palabras, que “no respetaba
las reglas” cuando de amar se trataba. Fue así como la mujer se acercó a Jesús
y se atrevió a “tocarlo”. Le bastó la orla de su manto. Aquel contacto lleno de
fe no la defraudó. Experimentó inmediatamente que estaba curada.
Todos somos “hemorroísos”
En realidad, todos
somos “hemorroísos”, porque todos padecemos alguna hemorragia que nos desangra.
A unos los desangran sus rencores y amarguras. A otros los desangran sus vicios.
La película Fireproof ofrece una gran
lección. Al protagonista, un bombero adicto a la pornografía, su padre le
regala un libro que advierte: “Cuidado con los parásitos”. Los parásitos no matan
de repente. Sólo “están ahí”, robándote la vida poco a poco. A otros los
desangra la falta de fe; la desconfianza en Dios. La buena noticia es que puede
bastar un solo contacto con Jesús para sanar. Eso sí, un contacto humilde y
lleno de fe, como el de la hemorroísa. De hecho, cuando Jesús siente que “una
fuerza había salido de él”, pregunta: “¿Quién me ha tocado?”. Pedro, siempre
tan aterrizado, le responde: “Estás viendo cómo te apretuja la gente y
preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’”.
Pasaron varios siglos
hasta que san Agustín dio una mejor explicación de lo que había pasado: Sí, la
turba oprimía, apretaba a Jesús, pero no
lo tocaba; sólo aquella mujer tocó
a Jesús, porque tocar a Jesús
significa creer en Él (cf. Tratado sobre el evangelio de san Juan, 26, 3). Siempre que alguien toca a
Jesús con fe, una fuerza curativa sale de Él. Cuando tocamos a Jesús con fe, Él
nos toca con amor. En el fondo, la fe es también un acto de amor. Por eso es
atrevida, igual que el amor. Lo explica Tomás de Kempis: «Jamás el amor
encuentra imposibles, porque todo lo cree posible y permitido»
(Imitación de Cristo, III, 5).
En otras palabras, el amor nace creyendo, atreviéndose; y responde sanando y
salvando.
María, salud de los enfermos
Que María Santísima,
salud de los enfermos, nos dé grandes dosis de ese amor creyente y valiente,
que no teme acercarse a Jesús y tocarlo.
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