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domingo, 1 de julio de 2012

UNA FE ATREVIDA





Domingo XIII del Tiempo Ordinario
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.

Contacto físico

El contacto físico es un lenguaje primario del amor, dice Gary Chapman en su libro Los cinco lenguajes del amor. Todos hemos sentido alguna vez la fuerza expresiva de este lenguaje. El contacto físico es un lenguaje fuerte, sin palabras

La hemorroísa

El Evangelio de hoy nos presenta el caso de una mujer que experimentó toda la fuerza del contacto físico. No sabemos su nombre. Sólo sabemos lo que le pasaba. Por eso, la tradición cristiana la ha bautizado con el nombre, nada elegante, de “hemorroísa”. El Evangelio nos ofrece de ella dos datos esenciales:
Que padecía flujo de sangre desde hacía 12 años. Que había gastado toda su fortuna en médicos, y estaba desesperada. Tenía, por tanto, dos problemas: uno médico y otro anímico. Esa pérdida continua de sangre le iba quitando no sólo las fuerzas físicas, también las espirituales. Además, según la mentalidad judía, el sangrado femenino era causa de impureza. Por eso la hemorroísa, además de enferma, se sentía sucia, miserable, indigna.


El contacto de la fe

Hasta que oyó hablar de Jesús. ¿Qué habrá oído de Él, que le despertó tanta fe? ¿Que era un gran profeta? ¿Que era muy sabio? ¿Que era poderoso? Lo que despertó su fe, más probablemente, fue saber que se hospedaba con pecadores, que hablaba con prostitutas, que tocaba a los leprosos. En otras palabras, que “no respetaba las reglas” cuando de amar se trataba. Fue así como la mujer se acercó a Jesús y se atrevió a “tocarlo”. Le bastó la orla de su manto. Aquel contacto lleno de fe no la defraudó. Experimentó inmediatamente que estaba curada.

Todos somos “hemorroísos”

En realidad, todos somos “hemorroísos”, porque todos padecemos alguna hemorragia que nos desangra. A unos los desangran sus rencores y amarguras. A otros los desangran sus vicios. La película Fireproof ofrece una gran lección. Al protagonista, un bombero adicto a la pornografía, su padre le regala un libro que advierte: “Cuidado con los parásitos”. Los parásitos no matan de repente. Sólo “están ahí”, robándote la vida poco a poco. A otros los desangra la falta de fe; la desconfianza en Dios. La buena noticia es que puede bastar un solo contacto con Jesús para sanar. Eso sí, un contacto humilde y lleno de fe, como el de la hemorroísa. De hecho, cuando Jesús siente que “una fuerza había salido de él”, pregunta: “¿Quién me ha tocado?”. Pedro, siempre tan aterrizado, le responde: “Estás viendo cómo te apretuja la gente y preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’”.
Pasaron varios siglos hasta que san Agustín dio una mejor explicación de lo que había pasado: Sí, la turba oprimía, apretaba a Jesús, pero no lo tocaba; sólo aquella mujer tocó a Jesús, porque tocar a Jesús significa creer en Él (cf. Tratado sobre el evangelio de san Juan, 26, 3). Siempre que alguien toca a Jesús con fe, una fuerza curativa sale de Él. Cuando tocamos a Jesús con fe, Él nos toca con amor. En el fondo, la fe es también un acto de amor. Por eso es atrevida, igual que el amor. Lo explica Tomás de Kempis: «Jamás el amor encuentra imposibles, porque todo lo cree posible y permitido» (Imitación de Cristo, III, 5). En otras palabras, el amor nace creyendo, atreviéndose; y responde sanando y salvando.

María, salud de los enfermos

Que María Santísima, salud de los enfermos, nos dé grandes dosis de ese amor creyente y valiente, que no teme acercarse a Jesús y tocarlo.


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