Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima, Monterrey, N.L.
La enfermedad de nuestro tiempo
El vacío existencial es la enfermedad de nuestro tiempo, decía Víktor E.
Frankl. Suelen experimentar este
vacío los que o no saben lo que quieren (escepticismo), o quieren lo que otros
hacen (conformismo) o hacen lo que otros quieren (gregarismo). En definitiva, el vacío existencial es
síntoma de una vida inmadura, sin proyecto ni sentido. La Iglesia nos presenta
hoy un hombre maduro, pleno, con una clara misión en la vida: san Juan
Bautista. Celebramos su nacimiento, seis meses antes del de Cristo. Juan fue el tipo de hombre que sabe lo
que quiere, quiere lo que hace y hace lo que quiere. Su padre, Zacarías, tras darle el nombre de Juan, dijo: «Y tú, niño, serás llamado profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos» (Lc.
1, 76). Para Juan, crecer y madurar
significó tomar conciencia de esa misión y enfocarse en ella. De él podemos aprender que una vida madura,
plena y con sentido, es: Saber lo
que se quiere, Querer lo que se hace, Hacer lo que se quiere.
Saber lo que se quiere
Hay que meterle cabeza a
nuestra vida. Es decir, pensar bien qué queremos. Para muchos, una vida plena es tener “salud, dinero y amor”. Jim Collins, con una visión más empresarial, considera
que la plenitud se halla en la convergencia de tres elementos: pasión, talento
y rendimiento (cf. “The Hedgehog Concept”,
en su libro Good to Great). En otras palabras,
para saber a qué enfocarte en la vida, debes definir: Qué te apasiona hacer (pasión). Qué te sale mejor hacer (talento). Qué te aporta más beneficio hacer (rendimiento). En su versión cristiana, este concepto
pudiera valer para descubrir también la propia vocación y misión en la vida. Porque Dios da a cada uno la pasión, el
talento y la capacidad de rendir frutos de acuerdo con la misión que Él le
asigna en la vida. Fue el caso del
Bautista: Predicaba con pasión (cf. Mt, 3, 7); tenía talento –hasta el rey Herodes, a quien le decía sus
verdades, lo escuchaba con agrado– (cf. Mc.
6, 20). y logró muchas conversiones y bautizos: «Acudía
entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán» (Mt.
3, 5). Juan sabía lo que quería. Y
“el mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va” (Antoine
de Saint-Exupéry).
Querer lo que se hace
No basta saber lo que se quiere. Hay que querer lo que se hace. Es decir, hay que meterle corazón. El gusto, el entusiasmo y la garra son imprescindibles para hacer
bien la tarea. Juan fue el último
profeta del Antiguo Testamento y el primer apóstol del Nuevo. Juan es la
bisagra entre los dos testamentos. Es la voz que anuncia la plenitud de los
tiempos y preludia la salvación cristiana.
Esa misión fue su pasión. Todo lo demás le tenía sin cuidado, incluido el
vestido y alimento: «Juan –dice la Biblia– llevaba un vestido de piel de camello; y se
alimentaba de langostas –insectos típicos de la zona del Jordán– y miel
silvestre» (Mc. 1, 6). Es verdad, no siempre el querer nace antes
que el hacer. A veces empezamos
tareas por deber; pero si perseveramos en ellas, el gusto viene después.
Hacer lo que se quiere
Quien sabe lo que quiere y quiere lo que hace, en realidad “hace lo
que quiere”. Es decir, su voluntad
está plenamente alineada con su misión, con su proyecto de vida. Pero “hacer lo que se quiere”
significa también ser consistente, ser coherente; no claudicar ante los
enemigos de nuestra misión. ¿Cuáles
son esos enemigos? La monotonía, el cansancio, la falta de resultados, los
obstáculos y las adversidades. También Juan el Bautista encontró estos obstáculos
y adversidades en su misión: Primero
empezó a fallarle la convocatoria. Sus discípulos le informaron: “todos se están
yendo con Jesús”, a lo que Juan respondió con una frase lapidaria: «Conviene que Él crezca y que yo disminuya» (Jn.
3, 30). Después, fue encarcelado por
reprender a Herodes, que había tomado por esposa a Herodías, la mujer de su
hermano Filipo (cf. Mt. 14, 3).
Finalmente, fue decapitado, por ser fiel a su misión (Mc. 6, 27). Juan no sólo sabía lo que quería. Llegado el momento de la prueba,
fue coherente hasta el martirio. Pienso
que, al ver entrar a su verdugo, Juan sintió lo que sólo los que saben lo que
quieren, quieren lo que hacen y hacen lo que quieren pueden sentir: una
profunda satisfacción: “Valió la pena”.
María y el Bautista
Una de las primeras experiencias de Juan fue experimentar la presencia
de María. Dice el Evangelio que, cuando María saludó a Isabel, el pequeño Juan
saltó de gozo en su seno. Porque con María venía también Jesús. Entre Jesús y
Juan se dio entonces el primer “saludo virtual” de la historia. También
nosotros, para llenarnos de gozo y llevar una vida madura, plena y con sentido,
necesitamos la presencia de María. Porque con Ella viene Jesús.
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