Domingo XI del Tiempo Ordinario
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima Monterrey,
N.L.
Vida espiritual
También la vida
espiritual tiene reglas. El Evangelio de hoy nos presenta, en dos parábolas, cuatro
reglas de santidad. Es decir, cuatro principios que debemos comprender para
crecer y madurar en la vida espiritual. Las tres primeras reglas se desprenden
de la parábola del grano que da fruto sin que el hombre sepa cómo. La cuarta regla
se desprende de la segunda parábola, la del grano de mostaza.
Primera regla: La santidad no es obra nuestra.
Dice el Evangelio: «y
la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto». La santidad no es obra
nuestra: es de Dios. Esta regla, la más sencilla de todas ─la “regla número uno de la santidad”─, es la que más tiempo nos lleva aprender y
asimilar. Bien lo decía
Jacques Philippe: «En el fondo es muy sencillo, pero como todas las cosas
sencillas, se requiere de muchos años para comprenderlas y, sobre todo, para
vivirlas» (En la escuela del Espíritu
Santo, p. 13). El camino de la santidad se hace largo porque tardamos en convencernos
de que la santidad es, al mismo tiempo, lo más difícil y lo más fácil de
alcanzar. Lo más difícil, porque no está en nuestras manos. Lo más fácil, porque
está en las manos de Dios, y ¡Él nos quiere santos! A veces encuentro personas
que quieren sinceramente crecer en santidad, y casi siempre me preguntan: “¿Qué
más tengo que hacer?”. Ahí comienza mi tarea como director espiritual: convencerlas
de que no se trata de “hacer cosas”, de que la santidad no es obra nuestra, sino de Dios en nosotros. La
santidad no es lo que nosotros hacemos sino lo que Dios hace de nosotros. La
buena noticia es que, una vez asimilada esta primera regla de la vida espiritual, todas las demás se aprenden
rapidito…
Segunda regla: la santidad es gradual.
Dice el Evangelio: «primero los tallos, luego las espigas y
después los granos en las espigas». La
gradualidad es ley de todo crecimiento. El tiempo y la paciencia son fundamentales.
Por eso escribió Santa Teresa: “la paciencia todo lo alcanza”. Ni siquiera las conversiones
fulminantes son tan rápidas como parecen. San Pablo se retiró tres años para terminar
de comprender y asimilar su propia conversión (cf. Gal. 1, 17 - 18). La impaciencia, la desesperación y la frustración
suelen evidenciar una falsa búsqueda de la santidad, quizá más motivada por
cierta vanidad espiritual que por el deseo sincero de agradar a Dios. A propósito de esto, el P. Peter
Coates, L.C. publicó hoy un artículo genial: La sabia lentitud de la semilla: “…el bambú japonés no es para impacientes. Se siembra la semilla, se
abona y se riega constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada
apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete
años. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas,
la planta de bambú crece más de treinta metros. El crecimiento espiritual es así. El
cristiano desarrolla su sabiduría, gozo, coraje y control de sí por medio de un
esfuerzo paciente y perseverante de colaborar con Dios durante un tiempo
prolongado. Desarrollar un alma hermosa no es lo mismo que hacerse un café
instantáneo. Sepamos ser pacientes ante la frustración de no progresar en la
vida espiritual tan rápido como quisiéramos”.
Tercera regla: La santidad es imperceptible.
Dice el Evangelio: «Sin que él sepa cómo, la semilla germina y
crece». Los santos, normalmente, se consideran
grandes pecadores. No perciben la obra de Dios en sus almas. Tal vez Dios lo
hace así para evitarles el mayor peligro para su santificación: la soberbia. Por
otra parte, existe una “regla no escrita” de la santidad según la cual cada uno
llega a ser el santo que no quería ser. De nuevo cito a Philippe: «Nosotros ignoramos
en qué consiste nuestra propia santidad, eso se va revelando poco a poco a lo
largo del camino y, con frecuencia, es algo distinto de lo que podríamos
imaginar. Hasta el punto de que el mayor obstáculo para la santidad es, quizás,
el de “aferrarnos” a la imagen que nos hacemos de nuestra propia perfección…» (J. Philippe, op. cit., p. 16).
Cuarta regla: Dios hace más con menos.
Es la segunda
parábola de hoy: el grano de mostaza. Dice el Evangelio: «la más pequeña de las semillas… crece y se
convierte en el mayor de los arbustos». Cuanto más pequeño y humilde el hombre,
más margen de maniobra le deja a Dios para trabajar en él.
Ahí donde el hombre
se muestra débil, flaco, incapaz de nada, está la mejor tierra para que Dios siembre
y haga germinar las semillas de santidad. Así es la santidad: “dejar las manos
sueltas” para que Dios las maneje, las guíe, las haga hacer lo que jamás
hubiéramos imaginado poder hacer.
Reina de todos los santos
María es Reina de
todos los santos. No es un título honorífico. Es más un compromiso que Ella ha
tomado de ayudarnos a ser santos.
Que Ella nos conceda
la gracia de ser dóciles a la obra de santificación que Dios ha iniciado en cada
uno de nosotros de modo gradual, imperceptible, pero muy eficaz.
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