¡CUIDA TU CORAZÓN!
2 de septiembre de 2012
Domingo XXII del Tiempo
Ordinario
Parroquia de Ntra.
Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.
¡Cuida tu corazón!
“¡Cuida tus alas!”,
decía san Agustín a los jóvenes. En
obvia alusión a sus deseos de volar alto, de volar lejos, de volar con prisa. Hoy Jesús parece decirnos: “¡Cuida tu
corazón!”. Porque el corazón, en
sentido bíblico, constituye las alas del espíritu. Ahí, en tu corazón, decides si levantas el vuelo o te quedas en
tierra; si vuelas con rumbo o vas a la deriva del viento; si vuelas alto o bajo;
si vuelas lejos o te quedas revolando sobre restos putrefactos. Por eso, más allá de la polémica de
Jesús con los fariseos y su tradicional hipocresía, me parece que el evangelio
de hoy nos grita a todos ¡cuida tu corazón!
Qué es el corazón
El pensamiento
griego –particularmente Aristóteles– separa como esferas distintas de la
persona, aunque íntimamente relacionadas, sensibilidad, emotividad,
afectividad, inteligencia y voluntad. El pensamiento hebreo, en cambio, mucho
más sintético y vivencial, concentra todas estas dimensiones en el corazón de la persona. Así, para la Biblia, el corazón es la
sede no sólo de los sentimientos y afectos, de los sueños y proyectos, sino
también de las grandes decisiones morales.
Todo “se cocina” ahí dentro.
Corazón y moralidad
En el Evangelio de
hoy, Jesús insiste, particularmente, en el corazón como centro de la moralidad del ser humano. Ahí donde decidimos nuestra calidad, estatura y valor como
personas. Porque la esencia de la persona humana, a diferencia de la de los
animales y las cosas, es una esencia abierta. El ser humano permanece siempre abierto
al crecimiento interior, al perfeccionamiento como persona. Más aún,
dicho crecimiento es una ley interior, un mandato
inscrito en su propia esencia. Por eso en nuestro corazón resuena siempre una
voz que nos dice: “¡Sé más!”. So pena de ser
menos. El ser humano no puede seguir
siendo el mismo con el paso del
tiempo: o crece y mejora, o empeora; o se humaniza
más o se deshumaniza. Lo explicaba el filósofo español José Ortega
y Gasset: «Mientras el tigre no
puede dejar de ser tigre, no puede “destigrarse”, el hombre vive en riesgo
permanente de deshumanizarse». La dignidad
moral del ser humano radica, en definitiva, en esa posibilidad de ser más o ser
menos persona. Y para Jesús, el ser más o ser menos persona se
juega en el corazón. «No es lo de fuera lo que mancha al hombre; es
lo que sale del hombre lo que mancha al hombre». Ahí, en el sagrario íntimo de tu corazón, es donde tú decides quién
realmente quieres ser.
La maldad del corazón
El corazón humano
puede llegar a ser muy bueno. El pecado original introdujo la malicia en el
corazón humano. Sin por ello eliminar la aspiración congénita del corazón a la
verdad, a la bondad, a la belleza. Por
eso, en el corazón humano tantas veces se dan cita lo mejor y lo peor de cada persona. Tristemente, con frecuencia ha
prevalecido la maldad. El profeta
Jeremías dejó constancia de esta realidad: «El
corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?» (Jer.
17, 9). Y Jesús, en el Evangelio de
hoy, apunta en la misma dirección: «Porque de dentro,
del corazón, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria,
insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan
al hombre»
Corazón y libertad
Como vimos, en
realidad cada uno decide qué cocina en su corazón: Si intenciones buenas, nobles, generosas, altruistas, bondadosas. O intenciones malas, mezquinas,
egoístas, amargas. Y, en particular,
tú decides, en cada momento, qué haces con lo que te llega de fuera o con lo
que te brota de dentro. De fuera
pueden venir tentaciones, ofensas, agresiones, olvidos. De dentro pueden venir malas inclinaciones, pasiones desordenadas,
emociones descontroladas. Tú decides
qué haces con todo ello. Puedes sentir la fuerza de las tentaciones o de las malas inclinaciones,
pero tu corazón tiene siempre la suprema libertad de consentir o no. Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco,
célebre por su experiencia en los campos de concentración nazis, solía
fortalecer su corazón durante el cautiverio con lo que él llamaba ejercicios de suprema libertad. El
régimen nazi, para debilitar, desmoralizar y hasta “animalizar” a los presos,
les proporcionaba una ración claramente insuficiente de pan al día. Frankl
tomaba su minúsculo trozo, lo partía a la mitad, y se comía la cantidad que él decidía tomar. El resto lo compartía.
Así mantenía su libertad intacta, por muy “preso” que estuviera. Así seguía
siendo “dueño de sí mismo”. La decisión de ser
más o ser menos persona no depende
de las circunstancias; está en tu corazón.
Y tú, ¿cuidas tu corazón?
Tu corazón es un jardín. De él brotan tus pensamientos, deseos
y acciones. Si de tu corazón brotan buenos pensamientos, deseos nobles,
acciones honestas, volarás y serás más y más persona. Si de tu corazón brotan malos pensamientos, deseos perversos, acciones
viles, no volarás, y serás menos persona.
¡Cuida tu corazón! Claro está, cuidar el corazón supone trabajar el corazón. El
corazón se cultiva igual que un jardín: hay que escoger bien lo que se siembra,
arrancar abrojos, eliminar plagas, regar frecuentemente y podar cuando hace
falta. Los corazones buenos no se
improvisan.
María
María, como buena
Madre, conoce como nadie el corazón humano.
Pon el tuyo en sus
manos. Dile que quieres cuidarlo. Pídele
que te ayude a sembrar y cultivar en él sólo buenos pensamientos, buenos deseos
y buenas acciones.
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