¡ÁBRETE!
9 de septiembre de 2012
Domingo
XXIII del Tiempo Ordinario
Parroquia
de Ntra. Sra. de Fátima
Monterrey,
N.L.
Un ser para el
diálogo
La persona humana es apertura. No es casualidad que se aprecie mucho a quien es
“abierto” de mente, de ánimo, de corazón. Sin embargo, la apertura del ser
humano no es más que la condición de posibilidad de una vocación más profunda:
la vocación a la relación y al diálogo. Para Martin Buber, el gran “filósofo del diálogo”, el ser humano
es un ser para la relación; su ser
crece y se afirma en una triple relación: con los demás (yo-tú), con el mundo
(yo-ello) y con Dios (yo-Tú).
Una humanidad
sordomuda
Quizá por eso, el sordomudo del Evangelio de
hoy es un caso emblemático. Más allá de la carencia física,
evoca la terrible posibilidad del ser humano de contradecir su esencia, de cerrarse al diálogo con Dios, con los
demás, con el mundo y hasta consigo mismo. Hoy podríamos hablar de una humanidad sordomuda, que no escucha lo
que debería escuchar y no dice lo que debería decir. Para mí, esta enfermedad
hunde sus raíces en aquella más profunda del pecado. Cuando el hombre se cierra
a Dios, termina por cerrarse a los demás y a sí mismo. El pecado es, en cierto
modo, una sordera del alma. Una pérdida de la capacidad para escuchar a Dios, a
los demás y al propio corazón. Siendo un poco más esquemáticos, al
menos en el campo espiritual se podría hablar de una triple sordera: la de la
mente, la del alma y la del corazón.
La sordera de la
mente
Es una actitud de cerrazón a la fe y a la
religión. Se manifiesta como rechazo
a las “cosas de Dios”. Algunos
llegan a ser no sólo sordos; también alérgicos a todo lo que sepa a Dios. Les
salen ronchas… Quizá no se dan
cuenta de que hace falta prestar oídos para recibir la fe, según aquello de san
Pablo: «la
fe se recibe a través de lo que se oye» (Rm. 10, 17). Quien cierra su mente a Dios, la cierra
también a sus inspiraciones, a sus mociones interiores, a sus sugerencias e invitaciones. Todos
hemos sentido alguna vez lo que es una moción
interior. Una especie de movimiento del alma que nos “empuja” a hacer algo
que Dios quiere que hagamos. Y es
que el Espíritu Santo susurra continuamente en nuestro interior lo que más
conviene (cf. Rm. 8, 26). Evidentemente, las mociones requieren
discernimiento espiritual. Pero quien tiene la mente sorda, no escucha esas voces interiores. Y pretende resolverlo todo, decidirlo todo, hacerlo todo, sin
consultar con Dios, sin “rebotarlo” con Dios; sin pedirle consejo a Dios.
La sordera del
alma
La sordera del alma se ubica más en el plano
moral. El alma sorda se cierra a los mandamientos de Dios. Los juzga tal vez
arbitrarios o, simplemente, irracionales.
No comprende que los mandamientos divinos no tienen otro fin que ayudar al
hombre a ser él mismo, a ser libre, a
no dañarse, a alcanzar la plenitud de su ser. A veces es increíble el nivel de sordera moral que pueden llegar a tener algunas personas, incluso
sociedades enteras, ante verdades morales elementales, como es el respeto de la
vida humana bajo cualquier circunstancia.
La sordera del
corazón
Quizá la peor sordera es la del corazón. Consiste en cerrarse al amor de Dios y de los demás. El P. Raniero Cantalamessa
suele decir que si toda la
Biblia , por un milagro, pudiera sintetizarse en una sola
frase de viva voz, gritaría: “¡Dios os ama!”. El corazón sordo no escucha
el amor de Dios. Dios se “muere de ganas” de decirnos que nos ama. Pero el corazón del hombre tiene el
terrible poder de taparse los oídos y no escuchar esa verdad que es la sinfonía
más bella del universo: “¡Dios te ama!”.
En el fondo, la sordera del corazón obedece a la errónea convicción de que
Dios es una amenaza, no un amor.
El suspiro de Dios
Antes de curar al sordomudo, Jesús suspiró. En toda la Biblia no aparece otro
suspiro de Dios. Jesús es la
Palabra , la Autorrevelación de Dios al hombre. ¡Cómo no iba a
suspirar ante la sordera humana! El
suspiro de Jesús expresa su anhelo supremo de que abramos los oídos a su
Palabra; de que abramos la mente a
su luz; de que abramos el alma a sus
mociones; de que abramos el corazón a
su amor.
María, la siempre
abierta
María ha sido la creatura más abierta a Dios. Tan abierta que acogió la Palabra de Dios no sólo en su mente, en su alma y
en su corazón; también en su seno virginal. Que Ella nos ayude a superar toda
sordera y a recuperar la apertura para dialogar con Dios, con los demás y con
nosotros mismos.
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