Domingo XVII del Tiempo
Ordinario
Parroquia de Ntra.
Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.
Superando la obsolescencia
Cada año hay ferias
y exposiciones para presentar lo último en computación, automovilismo,
electrónica, moda, etc. No faltan en ellas presentaciones espectaculares de los
modelos más recientes de computadoras, tabletas electrónicas, teléfonos celulares,
etc. En el fondo, las ferias y exposiciones demuestran que no hay invento
humano que resista la prueba de la obsolescencia. Tarde o temprano, el mismo
hombre inventará algo mejor. A partir de hoy, y en los próximos cuatro
domingos, la Iglesia nos presenta un “producto” que ha resistido todas las
obsolescencias. Un producto que jamás ha tenido versiones 2.0, 3.0, 4.0, etc. Un
“producto” que es, al mismo tiempo, lo más nuevo y lo más antiguo de la Iglesia:
lo más nuevo en diseño, economía, rendimiento y eficacia; y, al mismo tiempo, lo
más antiguo, pues mantiene hasta hoy su versión “clásica” –un pan ázimo–: la
Eucaristía. El Evangelio de estos cinco domingos está tomado del capítulo sexto
de san Juan: el “capítulo eucarístico” por excelencia, en el que Jesús obra el
milagro de la multiplicación de los panes y después expone, en una larga
discusión con los fariseos, su inimaginable doctrina sobre la Eucaristía.
Materia prima
Empecemos por el
milagro de la multiplicación de los panes, que nos presenta este domingo. Es un
acercamiento a la materia prima de la
Eucaristía. Obviamente, la verdadera “materia” de la Eucaristía es el Cuerpo y la
Sangre de Jesús ofrecidos en el sacrificio de la Cruz. Pero cabe pensar que el
sacramento requiere también una materia
prima humana. En otras palabras, el hombre está llamado a aportar al menos cuatro
ingredientes a la Eucaristía, según el milagro de la multiplicación de los
panes.
Hambre
Narra el Evangelio
que mucha gente seguía a Jesús. Tras un rápido conteo, el evangelista nos dice que
eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Y, seguramente, con hambre.
El milagro de la multiplicación de los panes, prefiguración de la Eucaristía,
responde a esta necesidad muy real y
muy sentida en la humanidad.
La Eucaristía, antes
que de Dios, nace del hombre. De toda hambre del hombre: de alimento, de
conocimiento, de amor, de trascendencia, de Dios. Se diría que el hombre con hambre constituye la primera materia de la Eucaristía. Malo cuando el
hombre no siente hambre. Sobre todo cuando no la siente porque sacia su cuerpo,
su mente y su corazón con placeres fáciles, entretenimientos frívolos,
diversiones superficiales. No le queda ya apetito para lo que sí nutre y vale
la pena. Si vas por la vida inapetente de todo, pídele a Dios que te dé hambre;
sobre todo de Él. Y deja de comer chatarra…
Insuficiencia
Un segundo
ingrediente de la Eucaristía es nuestra insuficiencia humana. «¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?», pregunta Jesús a Felipe. Y Felipe contesta:
«Ni doscientos denarios bastarían para que a cada
uno le tocara un pedazo de pan». Jesús
quiere que sintamos nuestra total insuficiencia. Porque es también materia prima de la Eucaristía. Jesús
“necesita” la insuficiencia humana para responder con su omnipotencia divina. La
Eucaristía es la respuesta de Dios a toda insuficiencia humana. En la Misa
decimos que la Eucaristía es el “sacramento de nuestra fe”. Pues bien, la
Eucaristía es también el sacramento de la esperanza. Nos hace ver que para Dios
no hay imposibles: cuando Él resuelve, alcanza y sobra.
Totalidad
Jesús no hizo
aparecer de la nada los miles de panes que se repartieron a la multitud. Tuvo
“necesidad” de que alguien donara al
menos algo de materia prima. En este
caso, un muchacho entregó cinco panes y dos pescados. No sabemos quién era, ni
qué fue de él. Pero su donación pasó a ser un gesto histórico, casi sacerdotal.
Cinco panes y dos pescados: «Pero
¿qué es esto para tanta gente?», advirtió
Andrés. Pero para Jesús no importa la cantidad; es la totalidad de la ofrenda
lo que hace la diferencia. El muchacho no se guardó nada para sí. Lo puso todo
a disposición de Jesús. A veces me pregunto qué hubiera pasado si el muchacho no
lo hubiera dado todo. Si hubiera pensado: “Bola de improvisados. ¿Quién les
manda no prever?”, y se hubiera quedado con al menos un pan y un pescado. Tal
vez que no hubiera habido ningún milagro. Ofrecerle a Dios lo poco que somos, pero todo, es lo que hace la diferencia. Poco, pero todo: ésa es la ecuación de
fondo de la Eucaristía. Al “poco pero todo” humano, responde Dios con un “todo,
pero abundante” divino, hasta que sobre. Por eso existe el Ofertorio en la Misa.
Y por eso, como pide la liturgia, los fieles traen las ofrendas desde el fondo
de la iglesia. El pan y el vino que se ofrecen representan nuestra vida entera.
Porque antes que de pan y de vino, la Eucaristía está hecha de todo lo que es “humano”.
El trabajo y el descanso, la salud y la enfermedad, el gozo y la pena, la
ofensa y el perdón: todo es materia prima de la Eucaristía. Tal vez es
demasiado “poco”, pero es “todo” lo que podemos ofrecer. Y cuando Dios toma en
sus manos nuestra poquedad completa, entonces
nacen los milagros.
Caridad
La cuarta y última
materia prima de la Eucaristía es la caridad hecha servicio. Jesús pide a sus
discípulos que repartan el pan recién multiplicado. La Eucaristía se distribuye
por mediación humana. Era un anticipo del futuro sacerdocio y de todo
ministerio eucarístico. El gesto va más allá de una “necesidad práctica”. Si
Jesús pudo multiplicar los panes, cómo no iba a poder hacerlos aparecer en las
manos de cada uno. Pero no. La Eucaristía es el sacramento de la comunión entre Dios y los hombres y de los hombres
entre sí. Servir a los demás expresa
esta comunión. Cuando el sacerdote o el ministro de la Eucaristía se acerca
para dar la comunión, expresa el “acercamiento eucarístico” por excelencia: el
acercamiento de Dios al hombre y de los hombres entre sí.
En síntesis
Pocas cosas ha hecho
Dios en la historia de nuestra salvación sin la colaboración del hombre. La
Eucaristía no es la excepción. Por eso, Jesús quiso necesitar de una materia
prima humana para configurarla. El hambre
del hombre, su insuficiencia ante
los cómos imposibles de la vida, la totalidad
de su ofrenda y su caridad como gesto
concreto de comunión, son la materia
prima de la Eucaristía.
María, la madre eucarística