Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.
Materia prima divina
El domingo pasado, el milagro de la multiplicación de los panes
concentró nuestra atención sobre la materia
prima humana de la Eucaristía; es decir, lo que Jesús “necesitó” del hombre
para se diera aquel milagro, prefiguración de la Eucaristía. Hoy nos centraremos en el pan como materia próxima de la Eucaristía. Y aunque el pan es un producto humano, en
cierto modo Dios lo toma como materia
prima divina.
El pan de la vida
El pan aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento como don de
Dios. Entre otros, es célebre el maná
como alimento “bajado del cielo” durante el gran éxodo del pueblo judío: «Yahveh dijo a Moisés: “Mira, yo haré llover
sobre vosotros pan del cielo”» (Ex. 16, 4). Ahora, en el Nuevo Testamento, Jesús habla del verdadero pan del cielo. Y para decirlo más claro, añade: «…“el pan de Dios es el que baja del cielo y da
la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Les
dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida”» (Jn.
6, 32 – 35).
Por qué pan
Muchas veces me he preguntado: ¿por qué Jesús escogió pan para la
Eucaristía? Pudo haber escogido un
metal valioso, como el oro o el titanio; o una piedra preciosa. Quizá algunos
creerían más fácilmente en la presencia de Dios en la Eucaristía si ésta fuera un
diamante excepcional. O, por lo menos, un alimento de cierto rango, como el
caviar o la langosta. Pero ¿un pan? Sin
embargo, basta meditar un poco para darse cuenta de que el pan es insuperable como materia de la
Eucaristía. Porque es alimento, ofrenda y sacrificio al mismo tiempo.
Y no podría pensarse una síntesis más perfecta de la obra redentora de Cristo.
Alimento
El pan es el alimento más básico y universal de la humanidad. Según
los historiadores, con el aceite y el vino, el pan fue el primer alimento
procesado de la humanidad. Así, ha sustentado la vida del hombre a todo lo
largo de la historia y a todo lo ancho de la geografía del mundo. Hoy el pan sigue siendo tan elemental
que se lo considera sinónimo de alimento. Y es incluso un indicador económico
mundial. Jesús, con la Eucaristía,
quiso ser así de básico y universal para sustentar la vida del hombre, pero una
vida sobrenatural.
Ofrenda
El pan, desde muy antiguo, ha sido una típica ofrenda ritual. El hombre ha sentido que debía
ofrecerle y compartirle a Dios las primicias de su trabajo agrícola; y nada
mejor que el pan para simbolizar esa ofrenda. El pan adquiere así un
significado trascendente. No sólo es alimento; también es ofrenda. Y ofrenda
religiosa. Ahora bien, una ofrenda o
regalo –incluso entre nosotros– suele tener cuatro posibles finalidades: agradecer,
reconocer, pedir algo o disculparse. La Eucaristía es el nuevo pan que el hombre ofrece a Dios también con estos cuatro fines:
eucarístico (agradecimiento), latréutico (adoración), propiciatorio (petición
de perdón) e impetratorio (súplica). La Eucaristía, por ser pan, amasa
todo lo humano y lo transforma en ofrenda a Dios.
Sacrificio
Finalmente, el pan simboliza también un sacrificio. Dijimos que
el pan fue el primer producto procesado de la humanidad. El proceso del pan es
muy simple y esclarecedor de lo que ocurre con la Eucaristía: Primero, el grano es arrancado de la
planta. Después triturado y molido. Luego
amasado. Finalmente, cocido a fuego
en un horno. En otras palabras, para hacerse pan, el grano pasa un verdadero
“calvario”. Tal cual hizo Jesús:
para hacerse Eucaristía, pasó un verdadero Calvario. La Eucaristía tiene la virtualidad de amasar todos nuestros sacrificios
con el de Jesús y de darles un nuevo valor redentor.
“Eucaristizar” nuestra vida
Jesús escogió pan para la Eucaristía por ser alimento, ofrenda y
sacrificio. De esto brota un corolario muy sencillo: desde que hay Eucaristía,
podemos y debemos “eucaristizar” nuestra vida. Es decir, desde que hay Eucaristía, todo lo nuestro, todo lo
humano, puede amasarse con la Eucaristía y hacerse alimento que da vida. Desde
que hay Eucaristía, todo lo nuestro, todo lo humano, puede amasarse con la
Eucaristía y hacerse ofrenda a Dios de
agradecimiento y alabanza, de súplica y perdón. Desde que hay Eucaristía, todo lo nuestro, todo lo humano, puede
amasarse con la Eucaristía y hacerse sacrificio
con valor redentor.
La “vida eucaristizada” de
María
María tuvo la experiencia más perfecta de esta “eucaristización”. Ella se hizo alimento, ante todo, para el mismísimo hijo de Dios. Ella se hizo ofrenda perfecta, con su vida inmaculada y su obediencia a Dios. Ella
se hizo sacrificio junto a su Hijo
crucificado. Ella nos conceda transformarnos
cada vez más en alimento, ofrenda y sacrificio para que, “eucaristizados”,
demos gloria a Dios y demos vida a los demás.