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lunes, 23 de abril de 2012

¡HEMOS VISTO AL SEÑOR!


II Domingo de Pascua - FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA
15 de abril de 2012 - Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.

La experiencia cristiana fundamental

Hemos visto al Señor”. Es la primera vez que los apóstoles dan testimonio de Cristo resucitado. Fue el inicio del testimonio esencial que la Iglesia ha llevado a toda la tierra a lo largo de todos los siglos. Ver al Señor Resucitado” fue mucho más que una constatación empírica: fue una experiencia transformante. Al ver al Señor Resucitado, los apóstoles sintieron gozo, paz y una urgencia inédita: la de comunicar esa misma experiencia a los demás. De ello hay innumerables pruebas en los Hechos de los Apóstoles, en las cartas de san Pedro y de san Juan, y no digamos ya en san Pablo, quien llegó a escribir: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor. 5, 14). Ver al Señor Resucitado es la experiencia cristiana fundamental. Es la experiencia que impulsa la misión de la Iglesia; la que nutre todo apostolado.


La experiencia de los misioneros

También nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, podemos y debemos decir: “Hemos visto al Señor”. Hablo de todos, pero especialmente de quienes tuvimos la fortuna de participar en las misiones de esta Semana Santa. Vimos al Señor en cada uno de los misioneros: niños, jóvenes y familias enteras, que dejaron otras opciones –sin duda también legítimas–, para ponerse el uniforme misionero e irse, con un entusiasmo difícil de explicar, a la Huasteca Potosina, o a Arteaga, o a Cuatro Ciénegas, o a Sabinas, o a Los Rodríguez, etc.

Vimos al Señor en las personas que visitamos, en tantos hogares que viven situaciones dramáticas, en tantas familias que sufren sin perder la fe ni la alegría. Fue algo impresionante este año: casi no había familia que no tuviera algún hijo, o hermano, o esposo en silla de ruedas, o en la cárcel, o en el vicio, si no es que asesinado. Y, estoy seguro, también ellos “vieron al Señor” en cada uno de los misioneros: en su caridad, en su dedicación, en su cercanía. Ellos “vieron al Señor” cuando los misioneros entraron en sus casas, aceptaron una silla desvencijada, o una caja para sentarse y conversar con ellos. Ellos “vieron al Señor” cuando un joven misionero les dio un abrazo o una niña misionera les dio una sonrisa, o un matrimonio misionero les mostró empatía y comprensión.

La misión de hoy

La misión no ha terminado. Hoy es más urgente que nunca. La tristeza, la desilusión, el sufrimiento humano siguen haciendo difícil creer que Cristo vive, que ya triunfó el amor; que el mal fue derrotado. El II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, nos ofrece una manera infalible de seguir mostrando a los demás el rostro de Cristo Resucitado: la misericordia. Hoy debemos ponernos de nuevo el uniforme de misioneros…

Pero no basta ya una camiseta y una pañoleta. Es preciso, siguiendo a san Pablo, “vestir el uniforme de la misericordia entrañable, de la bondad, de la humildad, de la dulzura, de la paciencia” (Col. 3, 12). El verdadero uniforme del misionero es la misericordia. Así, revestidos del amor, de la misericordia, seguiremos dando testimonio de que Cristo vive y actúa en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia, en nuestra familia, en nuestro corazón. Ser testigos de la misericordia de Dios: ¡ésa es la misión!

Que toda persona, al percibir nuestra bondad, nuestra dulzura, nuestra misericordia, pueda exclamar: “He visto al Señor”.

Madre de misericordia

Uno de los apelativos más bellos de María es Mater misericordiae: “Madre de misericordia”. A Ella le agradecemos, especialmente, que nos haya acompañado en esta misión. Peligros los hubo y los habrá siempre en toda misión. Pero Ella nos acompañó, nos cuidó y nos protegió. A Ella encomendamos los frutos de la misión de esta Semana Santa 2012. Y a Ella le pedimos nos siga inspirando la urgencia de ser testigos del amor misericordioso de Dios para todos. Y así, quienes nos vean con el uniforme del amor, de la bondad, de la dulzura, puedan decir una vez más: “¡Hemos visto al Señor!”.