II Domingo de Pascua - FIESTA DE LA DIVINA
MISERICORDIA
15 de abril de 2012 - Parroquia de Ntra. Sra.
de Fátima
Monterrey, N.L.
La experiencia cristiana fundamental
“Hemos visto al Señor”. Es la primera vez
que los apóstoles dan testimonio de Cristo resucitado. Fue el inicio del testimonio esencial que la Iglesia ha llevado a
toda la tierra a lo largo de todos los siglos. “Ver al Señor Resucitado”
fue mucho más que una constatación empírica: fue una experiencia transformante.
Al ver al Señor Resucitado, los apóstoles sintieron gozo, paz y una urgencia
inédita: la de comunicar esa misma experiencia a los demás. De ello hay innumerables pruebas en los Hechos de los Apóstoles,
en las cartas de san Pedro y de san Juan, y no digamos ya en san Pablo, quien
llegó a escribir: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor. 5, 14). Ver al Señor Resucitado es la
experiencia cristiana fundamental. Es
la experiencia que impulsa la misión de la Iglesia; la que nutre todo
apostolado.
La experiencia de los misioneros
También nosotros,
hombres y mujeres del siglo XXI, podemos y debemos decir: “Hemos visto al
Señor”. Hablo de todos, pero
especialmente de quienes tuvimos la fortuna de participar en las misiones de
esta Semana Santa. Vimos al Señor en cada uno de los misioneros: niños, jóvenes y familias
enteras, que dejaron otras opciones –sin duda también legítimas–, para ponerse
el uniforme misionero e irse, con un entusiasmo difícil de explicar, a la
Huasteca Potosina, o a Arteaga, o a Cuatro Ciénegas, o a Sabinas, o a Los
Rodríguez, etc.
Vimos al Señor en las personas que visitamos, en tantos
hogares que viven situaciones dramáticas, en tantas familias que sufren sin
perder la fe ni la alegría. Fue algo impresionante
este año: casi no había familia que no tuviera algún hijo, o hermano, o esposo en
silla de ruedas, o en la cárcel, o en el vicio, si no es que asesinado. Y,
estoy seguro, también ellos “vieron al Señor” en cada uno de los misioneros: en
su caridad, en su dedicación, en su cercanía. Ellos “vieron al Señor” cuando
los misioneros entraron en sus casas, aceptaron una silla desvencijada, o una
caja para sentarse y conversar con ellos. Ellos “vieron al Señor” cuando un
joven misionero les dio un abrazo o una niña misionera les dio una sonrisa, o
un matrimonio misionero les mostró empatía y comprensión.
La misión de hoy
La misión no ha
terminado. Hoy es más urgente que
nunca. La tristeza, la desilusión,
el sufrimiento humano siguen haciendo difícil creer que Cristo vive, que ya
triunfó el amor; que el mal fue derrotado.
El II Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, nos ofrece una
manera infalible de seguir mostrando a los demás el rostro de Cristo
Resucitado: la misericordia. Hoy
debemos ponernos de nuevo el uniforme de misioneros…
Pero no basta ya una
camiseta y una pañoleta. Es preciso, siguiendo a san Pablo, “vestir el uniforme
de la misericordia entrañable, de la bondad, de la humildad, de la dulzura, de
la paciencia” (Col. 3, 12). El
verdadero uniforme del misionero es la misericordia. Así, revestidos del amor, de la misericordia, seguiremos dando
testimonio de que Cristo vive y actúa en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia,
en nuestra familia, en nuestro corazón. Ser
testigos de la misericordia de Dios: ¡ésa es la misión!
Que toda persona, al
percibir nuestra bondad, nuestra dulzura, nuestra misericordia, pueda exclamar:
“He visto al Señor”.
Madre de misericordia