Domingo de Resurrección - 8 de abril de 2012
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima - Monterrey,
N.L.
Fracasar
Fracasar es parte de
la vida. Todos fracasamos alguna vez…
Fracasamos en el
amor.
Fracasamos en el
trabajo.
Fracasamos en los
estudios.
Fracasamos en lo
económico.
Fracasamos en las
relaciones humanas.
Pero el de Cristo
fue el fracaso más grande de la historia. Él, que hizo milagros impresionantes,
que dio discursos históricos, que curó a enfermos desahuciados, que expulsó demonios
inexpugnables, protagonizó este viernes pasado el mayor fracaso de todos los
tiempos. Él, que traería finalmente la victoria del bien sobre el mal, de la
gracia sobre el pecado, de Dios sobre el demonio, quedó exánime, colgado de una
cruz, sin fuerzas ni poderes, derrotado. La cruz sobre el Calvario parecía un cruel
anticipo de las palabras del filósofo Jean Paul Sartre: «La vida es una
derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido
para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza» (Barioná, el hijo del trueno).
La “victoria” del mal
Vengo llegando de Sabinas,
Coah., de una misión de Semana Santa, con 20 familias de Monterrey. Constatamos
la realidad del mal, el poder del pecado, la terrible fuerza del Maligno en
niños, jóvenes y adultos, en matrimonios, familias, en colonias enteras… El
fenómeno no es nuevo. A lo largo de los siglos, y en todos los rincones de la
tierra, el mal ha causado tantos estragos. Pero indudablemente, en la cruz, el
mal alcanzó su más alta “victoria”. Hoy parece en muchos lugares que el mal es el
gran vencedor de la historia.
El poder del fracaso
Pero el fracaso de
Cristo fue un fracaso pasajero; mejor dicho, un fracaso aparente. La Cruz de
Cristo, toda cruz, esconde el secreto de la victoria. Ella encierra el antídoto
de todo mal y de toda muerte. La gran lección de la cruz es ésta: los fracasos son
semillas de victoria. El aparente fracaso de Jesús en la cruz es la semilla de
su victoria y de toda verdadera victoria.
- Los fracasos humanos son semillas de coraje y superación.
- Los fracasos morales son semillas de humildad y arrepentimiento.
- Los fracasos espirituales son semillas de enmienda y confianza en Dios.
Así, desde que Jesús
“fracasó” en la cruz, todos nuestros fracasos quedaron santificados y cobraron
la potencia de una semilla infalible.
Por la cruz a la luz
La resurrección de
Cristo es la expresión más radiante y luminosa de ese poder del fracaso. Per crucem ad lucem (“Por la cruz a la
luz”) suele decirse. Podríamos hoy traducirlo: por el fracaso a la victoria. Si
fracasaste, si te sientes sepultado bajo una pesada losa de fracasos humanos,
morales o espirituales, ten por seguro de que tu sepultura, como la de Cristo,
es pasajera. Los “tres días” de tu sepultura serán muy poca cosa comparados con
la eternidad de tu victoria. La clave es no fracasar solo, sino fracasar con
Cristo. Siempre que fracases, en lo que sea, únete al fracaso de Cristo en la
cruz, y estarás sembrando la semilla de una victoria tan definitiva y
contundente como la de Cristo.
El triunfo de María
A los pies de la
cruz, María fue testigo de excepción del fracaso de su Hijo. Como escribió Juan
Pablo II: «Entonces –en la Anunciación– había escuchado las palabras: “Él será
grande... el Señor Dios le dará el trono de David, su padre..., reinará sobre
la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc. 1, 32-33). Y he aquí que, estando junto a la cruz, María es
testigo, humanamente hablando, de un completo desmentido de estas palabras. Su
Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado» (Redemptoris Mater, n. 18). Pero Ella fue también la primera en recorrer, detrás de Jesús, el
corto sendero que lleva de la cruz a la luz, del fracaso a la victoria, de la
muerte a la resurrección. Ella fue la primera en experimentar la fecundidad del
fracaso y el poder redentor de la derrota. Que Ella nos alcance la gracia de no
desaprovechar nuestros fracasos; de convertirlos en semillas de vida, de
confianza y de victoria definitiva.
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