III Domingo de Pascua - 22 de abril de 2012
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima - Monterrey,
N.L.
Jesús vivo y en medio
El relato de Lucas
se sitúa en la tarde del domingo de la Resurrección. Hacía apenas unas horas que Jesús había muerto en el Calvario,
pero en el corazón de los apóstoles tal vez habían pasado siglos… Tal fue la
densidad de los acontecimientos aquel fin de semana. Y ahora, de pronto, Jesús se presenta vivo en medio de ellos. Y
parece tener un único objetivo: convencerlos de su resurrección. Era necesario,
importantísimo, que los apóstoles hicieran la experiencia de Cristo vivo y
presente. Para ser apóstol, es necesaria esta experiencia. Porque un apóstol
es, ante todo, un testigo de la resurrección de Cristo.
Cuando ver no basta
Jesús estaba ahí, en
medio de ellos, pero ellos creían ver un fantasma. Lo veían, lo escuchaban, pero no podían creerlo… “de pura
alegría”, explica Lucas. Jesús tuvo
que darles algunos signos adicionales
para disipar sus dudas. En concreto, cinco signos o señales, que hoy también
pueden ayudarnos a descubrir a Cristo vivo entre nosotros.
Los cinco signos de la presencia de Cristo
1.
Primer signo:
la paz.
Jesús les dijo: «La
paz sea con ustedes». La paz es el
gran signo de la presencia de Dios en el hombre. Es el primer fruto de toda
reconciliación. Nada de extrañar que éste sea el primer signo de Jesús, siendo
Él mismo la reconciliación del hombre con Dios y de los hombres entre sí. Jesús
nos invita hoy a buscarlo promoviendo la paz. La paz con Dios y la paz con los
demás.
2.
Segundo
signo: su cuerpo.
Jesús les dijo: «Véanme…
tóquenme…». Jesús debió dejarse abrazar por sus apóstoles. Porque el gesto
primario de la paz es el abrazo. Abrazar a alguien es sinónimo de estar en paz
con esa persona. Cuesta mucho el abrazo entre quienes se han peleado, pero brota
espontáneo entre quienes se han reconciliado. Jesús nos invita a abrazarlo en
nuestros hermanos, aunque a veces parezcan enemigos.
3.
Tercer
signo: Sus llagas.
Jesús «les mostró
las manos y los pies». Quería asegurarles que era el mismo que estuvo crucificado.
Su cuerpo resucitado no prescinde de las llagas. Porque quiere que también lo
reconozcamos por sus llagas. Las llagas no son bellas. Son, más bien, el rastro
indeleble del sufrimiento. Jesús nos invita a reconocerlo en los miembros de su
Cuerpo Místico que sufren: ellos son las llagas vivas de Cristo en nuestro
tiempo.
4.
Cuarto signo: Su hambre.
Jesús les preguntó: «¿Tienen
aquí algo de comer?». Jesús les muestra su
humanidad a través de una necesidad básica. Así también, Jesús quiere que lo reconozcamos
en las necesidades vitales de nuestros hermanos: En el hambriento, en el
sediento, en el desnudo, en el forastero…, como Él mismo había anunciado en su
parábola sobre el juicio final (cf. Mt
25).
5.
Quinto signo: La Sagrada Escritura.
Jesús «les abrió el
entendimiento para que comprendieran las Escrituras». Para conocer a Jesús, tenemos que acercarnos
a las Escrituras, con la mente y el corazón bien abiertos. San Jerónimo decía: «El desconocimiento de la Escritura es
desconocimiento de Cristo». Jesús nos invita a reencontrarlo en la lectura
de la Biblia; y especialmente, en la meditación del Evangelio.
De la experiencia al testimonio
¡Era necesario que los
apóstoles reconocieran a Jesús vivo, resucitado! ¡Sólo así podían ser testigos
de la resurrección! ¡Sólo así pudieron tener el coraje, la valentía y la
intrepidez para predicar su nombre a todas las naciones! Es igualmente
importante que también hoy, nosotros lo reconozcamos vivo, ¡muy vivo!, para ser
testigos de la noticia más importante y trascendente de la historia: la de su
resurrección… Testimonio festivo y alegre, como lo necesita el mundo de hoy. No
haya ya más Nietzsches que puedan argumentar: “No tienen rostros de
resucitados”. El Papa Benedicto XVI decía recientemente: “En un mundo de dolor
y sufrimiento, de incredulidad y desesperanza, la alegría es un testimonio
importante”. Para ello, necesitamos hacer también una experiencia de Cristo “de
carne y hueso”. Experiencia que sólo podemos hacer a través del contacto con
nuestros hermanos. Ellos son el Jesús de
carne y hueso que está junto a nosotros. En la medida en que les demos la
paz, los toquemos, los abracemos, los alimentemos, en esa medida haremos una experiencia
viva, convincente de Jesús resucitado.
María, Causa de
nuestra alegría, nos alcance esta gracia.
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