Domingo IV del Tiempo Ordinario - 29 de enero
de 2012
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
El poder del mal
El Evangelio de hoy
nos presenta una posesión diabólica. El hombre poseído por el demonio es un
símbolo de la fuerza, del dominio del demonio sobre el mundo y sobre el hombre.
Basta un vistazo para avalar la tesis de que el mundo está en manos del mal.
De que el demonio ha tomado posesión no sólo de personas sino también de importantes sectores de la vida humana.
De que el demonio ha tomado posesión no sólo de personas sino también de importantes sectores de la vida humana.
- Ha tomado posesión de los medios de comunicación mediante la difamación, el amarillismo y la pornografía.
- Ha tomado posesión del derecho y la política mediante la demagogia, la corrupción y la injusticia.
- Ha tomado posesión de las finanzas mediante la usura, la avaricia y la especulación.
- Ha tomado posesión del pensamiento humano mediante la mentira, el escepticismo y el relativismo.
- Ha tomado posesión de la cultura mediante la procacidad, la vulgaridad y la obscenidad.
- Ha tomado posesión de la medicina mediante el aborto, la esterilización y la eutanasia.
- Ha tomado posesión de la ciencia y de la técnica mediante el armamentismo, el hedonismo y el abuso de la naturaleza.
- Ha tomado posesión de la espiritualidad mediante el sincretismo, la magia y la superstición.
Prácticamente no hay
sector en que el demonio no haya logrado importantes victorias. “Hasta en la
Iglesia –dijo el Papa Pablo VI– ha entrado el humo del infierno”. En cierto
modo, vivimos en un mundo “sujeto” a las fuerzas del mal.
La tentación del pesimismo
Ante un escenario
así, es fácil desanimarse. Sentir que el demonio es demasiado fuerte; que el
mal no tiene freno; que el bien siempre es más débil. ¿Quién no ha tenido
alguna vez la sensación de coraje, impotencia o frustración ante la experiencia
de una clamorosa victoria del mal en su vida o en su entorno? Y entra en crisis
la esperanza. No falta quien piense, como J.P. Sartre, que «la vida es una
derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido
para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza» (Barioná, el hijo del trueno). Pero ésa
es, en realidad, otra victoria del demonio: nuestra desesperanza. De hecho, más
que el pecado o la caída, el demonio busca nuestro desaliento, nuestra
desesperación. Quiere que pensemos y sintamos que él es más fuerte. Quiere que
lo pongamos a él y a Dios en la misma balanza. Como si fueran dos seres del
mismo nivel: uno bueno y otro malo. Y a ver quién gana… De este modo, el
demonio logra una victoria más: desfigurar nuestra imagen de Dios.
Dios es más fuerte
Cuando Cristo
expulsa al demonio de un hombre poseído, ¡está aclarando las cosas!
Dios y el demonio no
están en el mismo nivel.
- Dios es Dios. El demonio es un “pobre diablo”.
- Dios es el Creador. El demonio es una creatura.
- La potencia de Dios es absoluta. La potencia del demonio es relativa.
De hecho, una
potencia relativa a nuestra falta de vigilancia y
oración. Algunos
dicen que el demonio es como un gran perro encadenado, que sólo muerde a
quienes se acercan demasiado. ¡Hay que vigilar! ¡No acercarse ingenuamente al
mal! Y, por lo que ve a la oración, Santa Teresa decía que quien no ora quince
minutos al día, no necesita demonio que lo tiente. ¡Hay que orar! La oración es
la “criptonita” del demonio. En verdad, el reino del demonio es mucho más
frágil de lo que parece: ¡Dios es más fuerte!
Es verdad, tal vez
las victorias de Cristo no son tan aparatosas ni clamorosas como las del
demonio. Sin duda, el mal hace más ruido que el bien. Pero las victorias de
Cristo son más trascendentes y definitivas. Como escribió en un artículo el
salesiano Martín Lasarte: “Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que
crece”. Y un padre legionario, el P. José Ma. Escribano, decía: “El bien no
hace ruido y el ruido no hace bien”.
El hombre se retuerce
Me llama la atención
el hecho de que el hombre se retuerza cuando el demonio sale de él. ¿No será
acaso una imagen de que nos cuesta dejar el mal? De que nuestra voluntad se
aferra, en cierto modo, el dominio del mal en nuestra vida. Amamos a Dios,
queremos el bien. Pero no siempre estamos dispuestos a dejar lo que nos sujeta
al mal. Cristo nos libera del poder del mal. Sólo falta que nos dejemos
liberar. La lucha moral es el precio que
nos toca pagar para que Cristo reconquiste los terrenos que el demonio haya ocupado
en nuestra vida.
María, Madre de nuestra victoria
La Virgen
María fue la primera gran reconquista de Dios sobre el poder del demonio. Al nacer sin pecado original, María fue el primer terreno humano
incontaminado por el mal. El gran mérito de María fue perseverar como posesión exclusiva
de Dios. Que Ella nos alcance la gracia de perseverar en la lucha por el bien,
seguros y confiados en que siempre, siempre, siempre Dios es y será más fuerte
que el demonio y que el mal en nuestra vida.
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