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lunes, 10 de octubre de 2011

TRAJE DE FIESTA

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario - 9 de octubre de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.

Una fiesta
El cielo es una fiesta. Más precisamente, en palabras de Jesús, un banquete de bodas.
Para ir a una fiesta, la gente se arregla.



Anteayer me decía una chica que en las fiestas más “nice”, los chavos se ponen unos “Ferragamo” y las chicas, un vestido “Forever 21”.

Lo que no se vale es llegar a una fiesta “fachoso”. A mí me caían mal los que llegaban a la “disco” en tenis y bermudas.


El traje de fiesta
La parábola evangélica de este domingo habla de la fiesta que habrá en el cielo.
Una fiesta a la que muchos son invitados; pero a la que, absurdamente, pocos quieren ir.
El rey tuvo que abrir la invitación y aceptar a todo tipo de personas: malos y buenos, dice el Evangelio, para llenar la sala del banquete.
Un detalle me llamó la atención: cuando el rey pasó a saludar a los convidados, vio que un hombre no llevaba el “traje de fiesta”.
¿Y qué hizo con él? Mandó que lo ataran de pies y manos y lo arrojaran fuera, al llanto y la desesperación.

Un traje vital
La conclusión es obvia: o llegas al cielo con traje de fiesta, o te echan de la fiesta para siempre.

Entre varias posibles interpretaciones, podemos suponer que el “traje de fiesta” es tu vida de gracia.
Ese traje lo recibiste en tu Bautismo, cuando Dios entró en tu corazón y te dio una vida completamente nueva, sobrenatural.
Por eso, ese día te vistieron de blanco, y el ministro bautizante te dijo estas palabras:

“N… ya has sido revestido de Cristo. Que este vestido blanco sea signo de tu dignidad de cristiano. Con la ayuda de tus padres y padrinos, consérvalo sin mancha hasta la vida eterna…”

Un traje que crece
Tu traje de fiesta puede y debe crecer contigo. A medida que crecen tu formación humana, intelectual y profesional, tu vida de gracia, tu conocimiento de la fe y tu experiencia de Dios tienen que crecer también.
Hay personas que, con el tiempo, empiezan a dudar de todo: de su fe, de Dios, de la moral cristiana, porque se quedaron con una fe de “pantaloncitos cortos”, que ya no les queda.

¿Cómo crece tu traje de fiesta?
Tu traje de fiesta crece, sobre todo, con la oración, la caridad, la catequesis y los sacramentos.
La oración aumenta tu experiencia de Dios, y así va tejiendo los nuevos tramos que tu traje necesita.
La caridad, por su parte, conserva tu traje siempre nuevo. Porque el corazón del que ama jamás envejece.
La catequesis permanente ajusta tu traje a la medida de tu nuevo tamaño intelectual, profesional y espiritual.

¿Qué pasa si manchas, rompes o pierdes tu traje de fiesta?
¿No te ha pasado que llevas un saco nuevecito y de pronto lo manchas, lo rasgas o lo pierdes?
Tu traje de fiesta se mancha o se rasga cuando cometes pecados veniales o imperfecciones; y lo pierdes cuando cometes pecados mortales.

El “pecado mortal” se llama así, “mortal”, porque “mata” la vida de gracia en ti. Te roba el traje de fiesta.
La buena noticia es que Dios, previendo nuestra debilidad, dispuso ya al remedio: los sacramentos.
Si traes tu traje de fiesta manchado o roto, o lo perdiste, pasa cuanto antes al confesionario.
Tal vez puedes andar por la vida con un traje no muy limpio o incluso con alguna rotura (con pecados veniales e imperfecciones, pero con vida de gracia).
Lo que no puedes es andar por la vida “sin traje de fiesta” (vivir en pecado mortal, valga la contradicción).
Por eso, conviene confesarse cada mes o dos meses, o cuando cometas un pecado mortal; lo que ocurra primero.
Si estás en peligro de muerte, y sabes que no llevas tu traje de fiesta y no hay un sacerdote disponible para confesarte: haz un acto de contrición perfecta.

El P. Jorge Loring, en una célebre conferencia, sugería repetir esta frase: “Dios mío, perdóname”.

En cualquier caso, lo mejor es acudir regularmente al sacramento de la confesión, y no esperar a estar en peligro de muerte para buscar un “traje de fiesta”.

Nuestra Señora del Rosario
La parábola evangélica menciona sólo la presencia del Rey en el banquete.
Sabemos, sin embargo, que por ahí anda también una Reina: la Virgen María.
Estamos en el mes del Rosario. Rézalo. Nunca olvides que el Rosario puede ser tu escalera de emergencia para entrar al banquete del cielo.