XXVII Domingo del Tiempo Ordinario - 2 de octubre de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
Una parábola de negocios
Hace años, la revista de negocios de Harvard (Harvard Business Review), publicó un artículo que me llamó mucho la atención. Hablaba de una técnica para valorar a los candidatos a puestos ejecutivos de alto nivel. El autor se servía de la imagen de un árbol. Cada uno de los elementos del árbol simboliza un aspecto de la persona que conviene tomar en cuenta y valorar.
La viña de Dios
Las lecturas de este domingo hablan también de árboles. De hecho, de vides y viñedos que deben dar fruto. Tanto Isaías como Jesús, en sus respectivas parábolas, se refieren al pueblo de Israel. Un pueblo escogido, cuidado, protegido y bendecido por Dios, pero que no había dado frutos de fidelidad, obediencia, culto verdadero y santidad. Pero es evidente que las dos parábolas se aplican también a cada uno de nosotros y a nuestra sociedad. ¡Cuántas bendiciones! ¡Cuántos cuidados! ¡Cuántos dones recibidos de Dios! ¿Y qué frutos hemos dado? Quizá la metáfora de nuestro experto de Harvard pueda ayudarnos a interpretar las parábolas de este día y orientarnos a una vida con mejores frutos.
Las hojas
Lo primero que se ve de un árbol y, en cierto modo, lo primero que llama la atención, son sus hojas o follaje. Hay árboles con un follaje muy vistoso, tupido y frondoso. Dan la impresión de ser “buenos árboles”. Pero vistos más de cerca, no tienen frutos. Las hojas del árbol simbolizan el conocimiento. Hay personas que saben mucho. Sus conocimientos son amplios y frondosos. Sin embargo, si esos conocimientos no dan frutos de servicio y caridad, tal vez sólo produzcan el amargo fruto de la vanidad intelectual.
Las ramas
Tras las hojas están las ramas. Simbolizan nuestras habilidades. Hoy se insiste muchísimo en desarrollar habilidades. Habilidades deportivas, artísticas y sociales; habilidades técnicas y organizativas; habilidades de comunicación y relaciones públicas, etc.
En cualquier caso, las ramas no son frutos. Tampoco las habilidades. Sirven para alimentarlos y sostenerlos. Pero no son frutos. Dicho de otro modo, las habilidades son medios, no fines.
El tronco
El tronco del árbol equivale a tu resistencia personal. Más que física, psicológica y emocional. Hay personas con una psicología muy robusta y estable. Soportan lo que sea. Tienen, por así decir, un tronco inamovible. En cambio, hay personas que tienen una psicología más frágil. Ante la adversidad o los reveses de la vida, pueden ser más quebradizas. En cualquier caso, la firmeza y robustez de una persona no garantiza los frutos. Puede haber personas no tan fuertes pero bien enraizadas en tierra buena y, por lo mismo, dan estupendos frutos.
Las raíces
Hemos llegado al elemento clave de la fecundidad del árbol: las raíces. Las raíces simbolizan tus principios y convicciones. Y así como un árbol sin raíces no puede dar fruto, así también, una persona sin buenos principios y convicciones, tampoco.
Las raíces de un buen católico
En cierta ocasión, el dueño de unos cafetales en Veracruz le comentó a un sacerdote amigo que ese año habían tenido la peor sequía en 30 años. El sacerdote le preguntó si la sequía iba a afectar mucho la cosecha. El cafetalero le respondió: “No, padre; en tiempos de sequía, la planta de café se acuerda de sus raíces”. El tiempo que estamos viviendo no es un tiempo fácil. Se diría que vivimos una ya larga sequía de paz, de seguridad, de justicia social, de empleo y crecimiento económico. Probablemente tú, en lo personal, estás también viviendo algún tipo de sequía en tu vida. En cualquier caso, la consigna es la misma de los cafetales: ¡acuérdate de tus raíces!
Y entre tus raíces, la más importante es la convicción de que eres de Dios y dependes de Dios. San Pablo lo dijo con una frase contundente: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch. 17, 28). Hoy más que nunca, debemos “enraizarnos” en Dios. Si tu vida no está dando los frutos que esperabas; si tu vida no está dando uvas dulces sino amargas; si tu vida parece, en definitiva, un árbol seco, pregúntate si tienes tus raíces en Dios. Para ser más concretos: “vida enraizada en Dios” significa “vida de oración”; “vida de unión con Dios”. Me dirás, como muchos, que no tienes tiempo para orar…
El que no tenga tiempo para orar, necesita hacer el doble de oración que los demás.
María, la Virgen del “fruto bendito”
María ha sido la persona más enraizada en Dios. Y ya sabemos qué frutos dio en ella su oración: el “fruto bendito de su vientre, Jesús”. Ella nos haga recordar nuestras raíces espirituales hoy más que nunca, y refuerce en todos nosotros la vida de oración.
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