XXIV Domingo del Tiempo Ordinario - 11 de septiembre
de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
Perdonar de corazón
El mensaje del Evangelio
de hoy es claro: hay que perdonar de
corazón. ¡Qué difícil…! Todos
entendemos que para perdonar de corazón
no basta un perdón superficial, momentáneo, “de buena educación”. El perdón de corazón es un perdón profundo,
total e incondicional. ¡Qué difícil! Pero, por difícil que parezca, es lo que Jesús
me pide. Más aún, lo que me exige: ¡es la condición sine qua non para
recibir, a mi vez, el perdón de Dios! Y de este perdón de
Dios, como dice la parábola evangélica, todos estamos muy necesitados.
El corazón del perdón
Para perdonar de
corazón es preciso comprender cuál es el
corazón del perdón. Es decir, entender qué significa perdonar de corazón; cuál son los motivos, la lógica interna de
este perdón y, sobre todo, qué hace falta para perdonar así.
El don más grande
Lo primero es
entender la palabra “perdón”. Etimológicamente,
procede de “per-donum” El prefijo “per”, en latín, significa algo grande,
completo, perfecto. Éste, a su vez, procede del griego “hyper”, que significa algo que está “más arriba” de lo ordinario,
de lo normal. De ahí viene la palabra “hipertensión”, por ejemplo. “Donum” significa don, regalo, gracia. “Per-dón”,
por tanto, tiene al menos, dos significados:
1. El don más alto,
el más perfecto, el más grande.
2. El don que está “por encima de…”
¿Por encima de qué?
- De las ofensas recibidas
- De la propia sensibilidad herida
- De los recuerdos amargos
- Del coraje que rebrota una y otra vez
- De la sed de venganza
La “lógica” del perdón
Para muchos, perdonar
así, sin más, puede resultar “irracional” o, por lo menos, inconveniente. No es así. El perdón tiene una lógica. Perdonar no es ir contra la razón. Perdonar
no es “hacerse de la vista gorda”, como decimos en México, para “no ver”. Perdonar
no es no ver. Perdonar, de hecho, es ver más. Si todos somos pecadores y, por tanto, todos nos lastimamos mutuamente
–consciente o inconscientemente–, perdonar es lo más lógico. Si ninguno de nosotros es “perita en
dulce” y, además de recibir ofensas, también las hace a los demás, perdonar es
lo más lógico. Si para recibir el perdón
de Dios, yo debo primero perdonar a los demás, perdonar es lo más lógico. Si Dios se vale de las ofensas que
recibo para hacerme crecer, madurar, engrosar la piel, ser más humilde, etc.,
perdonar es lo más lógico. Si el que
me ofende, independientemente de quién sea, en el fondo es mi hermano, perdonarlo es lo más lógico. Si perdonar es dilatar el corazón, hacerlo más grande, y practicar
el amor más grande y sublime, perdonar es lo más lógico.
Un secreto evangélico para perdonar
Por más razones que
demos, sabemos bien que en la vida real, perdonar no es fácil; y menos, perdonar de corazón, como nos pide Jesús
en el Evangelio. Pero el mismo
Evangelio nos da un secreto, una clave importantísima para perdonar de corazón:
la compasión. Compadecerme de quien me ha ofendido. Es decir, lograr una
“empatía interior” para comprenderlo,
para entender por qué actuó así, disculparlo internamente y alcanzar una
actitud más benévola con él. Como
dijo un conferencista: “En realidad, todos los seres humanos son bellísimas personas; son sus conductas
las que a veces nos lastiman” (Ken
Blanchard, congreso “Lead Like Jesus”).
Quien logra esta “empatía interior” con quien lo ha ofendido, ha dado un
paso clave para perdonarlo. No por
nada, Jesús vincula constantemente las dos palabras –perdón y compasión–, haciéndolas
prácticamente sinónimas: “¿No debías
tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18, 33).
Nada mejor que un abrazo
Compadecerse, como
dijimos, significa entre otras cosas “comprender” al otro. Y “comprender” es abarcar al otro con la mente y con el
corazón. Es “abrazarlo” interiormente. Por
eso, una de las mejores maneras para expresar nuestro perdón de corazón a una
persona es darle un fuerte abrazo. Y no hay persona –por gorda que sea o
nos caiga– que no pueda ser comprendida, abarcada, abrazada. Así es que, no lo dudes: cuando
alguien te pida perdón, empieza por darle un fuerte abrazo. Dáselo aunque por
dentro sientas todavía tu sensibilidad herida. Lo que importa no es tu
sensibilidad, sino tu corazón, que decide perdonar, tener compasión,
comprender, abrazar.
María, míranos con compasión
Nadie, después de
Jesús, ha recibido ofensas más grandes que María.Torturar y matar a un hijo en
presencia de su madre, es la peor ofensa que esa madre puede recibir. Es “lo
más personal” que una madre puede sufrir.
Eso fue lo que sufrió María. Pero no es difícil suponer, conociendo el
Corazón de María, que al escuchar a Jesús decir: “Padre, ¡perdónalos porque no
saben lo que hacen!”, entendió que esas palabras también eran para Ella:
“¡Madre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”. De hecho, María nos perdona
y nos mira con gran compasión. Que Ella nos ayude a comprender, a abrazar, a
compadecer y a perdonar de corazón a
quien nos haya lastimado.
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