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lunes, 12 de septiembre de 2011

EL CORAZÓN DEL PERDÓN


XXIV Domingo del Tiempo Ordinario - 11 de septiembre de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.


Perdonar de corazón

El mensaje del Evangelio de hoy es claro: hay que perdonar de corazón. ¡Qué difícil…! Todos entendemos que para perdonar de corazón no basta un perdón superficial, momentáneo, “de buena educación”. El perdón de corazón es un perdón profundo, total e incondicional. ¡Qué difícil! Pero, por difícil que parezca, es lo que Jesús me pide. Más aún, lo que me exige: ¡es la condición sine qua non para recibir, a mi vez, el perdón de Dios! Y de este perdón de Dios, como dice la parábola evangélica, todos estamos muy necesitados.

El corazón del perdón

Para perdonar de corazón es preciso comprender cuál es el corazón del perdón. Es decir, entender qué significa perdonar de corazón; cuál son los motivos, la lógica interna de este perdón y, sobre todo, qué hace falta para perdonar así.

El don más grande

Lo primero es entender la palabra “perdón”. Etimológicamente, procede de “per-donum” El prefijo “per”, en latín, significa algo grande, completo, perfecto. Éste, a su vez, procede del griego “hyper”, que significa algo que está “más arriba” de lo ordinario, de lo normal. De ahí viene la palabra “hipertensión”, por ejemplo. “Donum” significa don, regalo, gracia. “Per-dón”, por tanto, tiene al menos, dos significados:

1. El don más alto, el más perfecto, el más grande.
2. El don que está “por encima de…”

¿Por encima de qué?
  • De las ofensas recibidas
  • De la propia sensibilidad herida
  • De los recuerdos amargos
  • Del coraje que rebrota una y otra vez
  • De la sed de venganza


La “lógica” del perdón

Para muchos, perdonar así, sin más, puede resultar “irracional” o, por lo menos, inconveniente. No es así. El perdón tiene una lógica. Perdonar no es ir contra la razón. Perdonar no es “hacerse de la vista gorda”, como decimos en México, para “no ver”. Perdonar no es no ver. Perdonar, de hecho, es ver más. Si todos somos pecadores y, por tanto, todos nos lastimamos mutuamente –consciente o inconscientemente–, perdonar es lo más lógico. Si ninguno de nosotros es “perita en dulce” y, además de recibir ofensas, también las hace a los demás, perdonar es lo más lógico. Si para recibir el perdón de Dios, yo debo primero perdonar a los demás, perdonar es lo más lógico. Si Dios se vale de las ofensas que recibo para hacerme crecer, madurar, engrosar la piel, ser más humilde, etc., perdonar es lo más lógico. Si el que me ofende, independientemente de quién sea, en el fondo es mi hermano, perdonarlo es lo más lógico. Si perdonar es dilatar el corazón, hacerlo más grande, y practicar el amor más grande y sublime, perdonar es lo más lógico.

Un secreto evangélico para perdonar

Por más razones que demos, sabemos bien que en la vida real, perdonar no es fácil; y menos, perdonar de corazón, como nos pide Jesús en el Evangelio. Pero el mismo Evangelio nos da un secreto, una clave importantísima para perdonar de corazón: la compasión. Compadecerme de quien me ha ofendido. Es decir, lograr una “empatía interior” para comprenderlo, para entender por qué actuó así, disculparlo internamente y alcanzar una actitud más benévola con él. Como dijo un conferencista: “En realidad, todos los seres humanos son bellísimas personas; son sus conductas las que a veces nos lastiman” (Ken Blanchard, congreso “Lead Like Jesus”). Quien logra esta “empatía interior” con quien lo ha ofendido, ha dado un paso clave para perdonarlo. No por nada, Jesús vincula constantemente las dos palabras –perdón y compasión–, haciéndolas prácticamente sinónimas: “¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18, 33).

Nada mejor que un abrazo

Compadecerse, como dijimos, significa entre otras cosas “comprender” al otro. Y “comprender” es abarcar al otro con la mente y con el corazón. Es “abrazarlo” interiormente. Por eso, una de las mejores maneras para expresar nuestro perdón de corazón a una persona es darle un fuerte abrazo. Y no hay persona –por gorda que sea o nos caiga– que no pueda ser comprendida, abarcada, abrazada. Así es que, no lo dudes: cuando alguien te pida perdón, empieza por darle un fuerte abrazo. Dáselo aunque por dentro sientas todavía tu sensibilidad herida. Lo que importa no es tu sensibilidad, sino tu corazón, que decide perdonar, tener compasión, comprender, abrazar.

María, míranos con compasión

Nadie, después de Jesús, ha recibido ofensas más grandes que María.Torturar y matar a un hijo en presencia de su madre, es la peor ofensa que esa madre puede recibir. Es “lo más personal” que una madre puede sufrir. Eso fue lo que sufrió María. Pero no es difícil suponer, conociendo el Corazón de María, que al escuchar a Jesús decir: “Padre, ¡perdónalos porque no saben lo que hacen!”, entendió que esas palabras también eran para Ella: “¡Madre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”. De hecho, María nos perdona y nos mira con gran compasión. Que Ella nos ayude a comprender, a abrazar, a compadecer y a perdonar de corazón a quien nos haya lastimado.

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