XXV Domingo del Tiempo Ordinario - 18 de septiembre
de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
“Perdonamos todo,
menos el éxito ajeno”, dice un anónimo.
El Evangelio de hoy
nos presenta un típico caso de envidia: los trabajadores de la primera hora sintieron
envidia de los que llegaron al último, por haber recibido la misma paga que
ellos. “El décimo mandamiento –dice
el Catecismo– exige que se destierre del corazón humano la envidia” (n. 2538). Hoy
vamos a asomarnos a ese triste fenómeno de la envidia: cuáles son sus causas, sus
síntomas y sus efectos. Intentaremos también encontrar algunos remedios para superarla.
Un sentimiento diabólico
La envidia es uno de
los peores sentimientos del corazón humano. Es la tristeza o amargura ante el
bien de los demás. Suele darse en
corazones amargados y mezquinos, que no ven más allá del propio interés. Para san
Agustín, la envidia es el sentimiento
diabólico por excelencia. Ése fue el veneno con el que la serpiente sedujo
a Adán y Eva: les hizo sentir envidia de Dios. La envidia es, también, uno de
los pecados capitales. De ella brotan el rencor, la maledicencia, el odio, la
malquerencia. “Es la envidia la que nos arma a unos contra otros” (San Juan
Crisóstomo). A su vez, la envidia es hija del orgullo (cf. Catecismo, n. 2540). Nace del intento fallido de ser más o mejor
que los demás. Es un orgullo frustrado.
La envidia en la Biblia
La palabra “envidia”
aparece unas 25 veces en la Biblia. Las frases bíblicas sobre la envidia son
muy aleccionadoras:
- “Por la envidia entró la muerte en el mundo” (Sb. 2, 24).
- “La envidia es caries de los huesos” (Prov. 14, 30).
- “Envidia y malhumor acortan los días” (Eclo. 30, 24).
La Biblia también
ofrece algunos casos célebres de envidia: La envidia de Caín contra Abel. La
envidia de los hermanos de José: “Sus hermanos le tenían envidia, mientras que
su padre reflexionaba” (Gn. 37, 11). La
envidia del rey Saúl: “Y desde aquel día en adelante miraba Saúl a David con
ojos de envidia” (1 S. 18, 9). La
envidia de los sumos sacerdotes contra Jesús: “Pues (Pilatos) se daba cuenta de
que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia” (Mc. 15, 10).
Sintomatología
Los síntomas de la
envidia son muy característicos. El primero es la amargura. Santiago opone a la
“dulzura” de la sabiduría la “amargura” de la envidia (St. 3, 14). A la
amargura acompaña muchas veces el coraje, la tristeza o la frustración por el
éxito de los demás. Otro síntoma típico del envidioso es el “complejo de
víctima”: “a mí todo me sale mal”. La envidia puede llevar a comportamientos
monstruosos, como la maledicencia, la malquerencia y el homicidio. Se llega a
matar por envidia.
Remedios contra la envidia
Lo primero que el
envidioso tiene que arreglar es su vista. La envidia es un sentimiento
distorsionado por una visión distorsionada. Dice el refrán que “el jardín del
vecino siempre parece más verde”. “Parece”, pero en realidad no lo es...También
el vecino tiene problemas con su jardín. En el fondo, como intuyó un filósofo, “nadie
es realmente digno de envidia” (A. Schopenhauer). Por eso, el primer remedio
contra la envidia es “ver mejor”; es decir, ver las cosas con más objetividad. Por
su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos sugiere tres remedios excelentes
y muy concretos para superar la envidia: la benevolencia, la humildad y el abandono
en la Providencia.
- Benevolencia
La benevolencia consiste
en alegrarse positivamente por el bien de los demás. La benevolencia no es un
sentimiento “natural” en nuestro corazón, inclinado, más bien, a la envidia. La
benevolencia se cultiva… “Siempre que estoy decepcionado de mi vida, me detengo a pensar en el
pequeño Jaime Scout. Jaime anhelaba mucho participar en una obra de teatro
de la escuela. Su mamá me dijo que había puesto todo su corazón en ello, pero
temía que no fuera elegido. El día que se asignaron los papeles de la obra,
Jaime salió corriendo de la escuela con los ojos brillantes de orgullo y una
gran emoción. “Adivina qué, mamá”, y dijo gritando unas palabras
que siempre serán para mí una gran lección de vida: “He sido elegido para
aplaudir y animar”.
- Humildad
El siguiente remedio
es la humildad. Humildad, sobre todo, para dejar de compararnos con los demás. Quien mira todo el tiempo el jardín del vecino, nunca verá las flores
del propio. Norman Vincent Peale, en su libro El poder del pensamiento tenaz, recomienda
que, sin faltar a la humildad, añadamos a la percepción de las propias cualidades
siempre un 10%. Es otra manera de decir que no solemos vernos a nosotros mismos
con objetividad; más bien tendemos a vernos ligeramente disminuidos,
especialmente cuando sentimos envidia.
- Abandono en la Providencia
Sé feliz con lo que eres,
puedes y tienes. “Toma lo tuyo y vete…”, dice el Evangelio. A veces no
valoramos suficientemente lo que Dios ya
nos ha dado. Tantas veces la envidia no
nos deja ser y crecer con plenitud. “La envidia es la polilla del talento”,
decía Campoamor. Finalmente, quien
confía en la Providencia cultiva el “sentido de la abundancia”. Es decir, toma
conciencia de que por el hecho de que el otro “reciba más” no significa que yo
tenga que “recibir menos”. En la abundancia de Dios, ¡hay para todos!
María, la mujer anti-envidia
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