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lunes, 19 de septiembre de 2011

ENVIDIA


XXV Domingo del Tiempo Ordinario - 18 de septiembre de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.


“Perdonamos todo, menos el éxito ajeno”, dice un anónimo.

El Evangelio de hoy nos presenta un típico caso de envidia: los trabajadores de la primera hora sintieron envidia de los que llegaron al último, por haber recibido la misma paga que ellos. “El décimo mandamiento –dice el Catecismo– exige que se destierre del corazón humano la envidia” (n. 2538). Hoy vamos a asomarnos a ese triste fenómeno de la envidia: cuáles son sus causas, sus síntomas y sus efectos. Intentaremos también encontrar algunos remedios para superarla.


Un sentimiento diabólico

La envidia es uno de los peores sentimientos del corazón humano. Es la tristeza o amargura ante el bien de los demás. Suele darse en corazones amargados y mezquinos, que no ven más allá del propio interés. Para san Agustín, la envidia es el sentimiento diabólico por excelencia. Ése fue el veneno con el que la serpiente sedujo a Adán y Eva: les hizo sentir envidia de Dios. La envidia es, también, uno de los pecados capitales. De ella brotan el rencor, la maledicencia, el odio, la malquerencia. “Es la envidia la que nos arma a unos contra otros” (San Juan Crisóstomo). A su vez, la envidia es hija del orgullo (cf. Catecismo, n. 2540). Nace del intento fallido de ser más o mejor que los demás. Es un orgullo frustrado.

La envidia en la Biblia

La palabra “envidia” aparece unas 25 veces en la Biblia. Las frases bíblicas sobre la envidia son muy aleccionadoras:
  • “Por la envidia entró la muerte en el mundo” (Sb. 2, 24).
  • “La envidia es caries de los huesos” (Prov. 14, 30).
  • “Envidia y malhumor acortan los días” (Eclo. 30, 24).

La Biblia también ofrece algunos casos célebres de envidia: La envidia de Caín contra Abel. La envidia de los hermanos de José: “Sus hermanos le tenían envidia, mientras que su padre reflexionaba” (Gn. 37, 11). La envidia del rey Saúl: “Y desde aquel día en adelante miraba Saúl a David con ojos de envidia” (1 S. 18, 9). La envidia de los sumos sacerdotes contra Jesús: “Pues (Pilatos) se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia” (Mc. 15, 10).

Sintomatología

Los síntomas de la envidia son muy característicos. El primero es la amargura. Santiago opone a la “dulzura” de la sabiduría la “amargura” de la envidia  (St. 3, 14). A la amargura acompaña muchas veces el coraje, la tristeza o la frustración por el éxito de los demás. Otro síntoma típico del envidioso es el “complejo de víctima”: “a mí todo me sale mal”. La envidia puede llevar a comportamientos monstruosos, como la maledicencia, la malquerencia y el homicidio. Se llega a matar por envidia.

Remedios contra la envidia

Lo primero que el envidioso tiene que arreglar es su vista. La envidia es un sentimiento distorsionado por una visión distorsionada. Dice el refrán que “el jardín del vecino siempre parece más verde”. “Parece”, pero en realidad no lo es...También el vecino tiene problemas con su jardín. En el fondo, como intuyó un filósofo, “nadie es realmente digno de envidia” (A. Schopenhauer). Por eso, el primer remedio contra la envidia es “ver mejor”; es decir, ver las cosas con más objetividad. Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos sugiere tres remedios excelentes y muy concretos para superar la envidia: la benevolencia, la humildad y el abandono en la Providencia.

  • Benevolencia

La benevolencia consiste en alegrarse positivamente por el bien de los demás. La benevolencia no es un sentimiento “natural” en nuestro corazón, inclinado, más bien, a la envidia. La benevolencia se cultiva… “Siempre que estoy decepcionado de mi vida, me detengo a pensar en el pequeño Jaime Scout. Jaime anhelaba mucho participar en una obra de teatro de la escuela. Su mamá me dijo que había puesto todo su corazón en ello, pero temía que no fuera elegido. El día que se asignaron los papeles de la obra, Jaime salió corriendo de la escuela con los ojos brillantes de orgullo y una gran emoción. “Adivina qué, mamá”, y dijo gritando unas palabras que siempre serán para mí una gran lección de vida: “He sido elegido para aplaudir y animar”.

  • Humildad

El siguiente remedio es la humildad. Humildad, sobre todo, para dejar de compararnos con los demás. Quien mira todo el tiempo el jardín del vecino, nunca verá las flores del propio. Norman Vincent Peale, en su libro El poder del pensamiento tenaz, recomienda que, sin faltar a la humildad, añadamos a la percepción de las propias cualidades siempre un 10%. Es otra manera de decir que no solemos vernos a nosotros mismos con objetividad; más bien tendemos a vernos ligeramente disminuidos, especialmente cuando sentimos envidia.

  • Abandono en la Providencia

Sé feliz con lo que eres, puedes y tienes. “Toma lo tuyo y vete…”, dice el Evangelio. A veces no valoramos suficientemente lo que Dios ya nos ha dado. Tantas veces la envidia no nos deja ser y crecer con plenitud. “La envidia es la polilla del talento”, decía Campoamor. Finalmente, quien confía en la Providencia cultiva el “sentido de la abundancia”. Es decir, toma conciencia de que por el hecho de que el otro “reciba más” no significa que yo tenga que “recibir menos”. En la abundancia de Dios, ¡hay para todos!

María, la mujer anti-envidia

Si Eva tuvo envidia de Dios, quiso “ser como Dios”, María no quiso serlo. Ella se contentó con ser “esclava” de Dios. Por eso, María es la “mujer anti-envidia” por excelencia. Que Ella nos inspire una actitud de profunda humildad, benevolencia y abandono en Dios para ser también hombres y mujeres “anti-envidia”. 


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