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domingo, 21 de agosto de 2011

Y QUIÉN DICE DIOS QUE ERES TÚ


XXI Domingo del Tiempo Ordinario - 21 de agosto de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.


Una pregunta crucial

Algunos dicen que lo importante no es encontrar buenas respuestas sino hacer buenas preguntas. La gente inteligente, sabia y sensata plantea preguntas inteligentes, sabias y sensatas. Jesús, en el Evangelio de este domingo, plantea una de esas preguntas: la pregunta sobre la propia identidad.


Quién soy yo

La pregunta por la propia identidad es la primera y más fundamental pregunta de la vida. Es una pregunta que empezamos a responder en cuanto despertamos a la vida. Pero es también una pregunta interminable. No alcanza la vida para responderla. Porque la identidad de un ser humano está siempre “abierta”. Nunca acabada totalmente. Cada experiencia que vivimos, cada persona que encontramos, cada decisión que tomamos sigue definiendo y conformando nuestra identidad. Lo dijo San Gregorio de Nisa hace muchos siglos: “Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz” (Homilía sobre el Eclesiastés, PG 44)

Una identidad cuádruple

En cualquier caso, conviene recordar que cada uno de nosotros tiene al menos cuatro “identidades”:
  • Una identidad pública: lo que tú y los demás saben de ti.
  • Una identidad privada: lo que tú sabes y los demás no saben de ti.
  • Una identidad oculta: lo que tú no sabes y los demás sí saben de ti.
  • Una identidad desconocida: lo que ni tú ni los demás saben de ti, sino sólo Dios.
Y quién dice Dios que eres tú

Es esta “identidad desconocida”, en cierto modo, la que hoy nos interesa. Jesús preguntó a sus discípulos “¿Quién dice la gente que soy yo?”: Después los interpeló más directamente: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Volteemos la pregunta: “Y Tú, Señor, ¿quién dices que soy yo?”. Es importantísimo saber lo que Dios piensa y dice de cada uno de nosotros.  No sólo porque lo que Él piense y diga es lo más verdadero. De hecho, lo único totalmente verdadero. Sino porque lo que Él piensa y dice también es lo que Él hace.

Tú eres el Mesías

Y qué piensa y dice Dios de cada uno de nosotros. Creo que la clave está en la respuesta de Pedro a Jesús. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. El “Mesías” significa el “ungido”, el “consagrado con aceite”. Traducido al griego es el “Cristo”.  En la antigüedad se ungía a los profetas, a los sacerdotes y a los reyes como signo visible de la asistencia divina para la misión recibida al servicio de los demás. Pedro no se equivocaba: Jesús es verdaderamente el Mesías. De hecho, el Profeta, Sacerdote y Rey, con mayúsculas.

También tú eres un “cristo”: un ungido. Fuiste bautizado, fuiste consagrado con aceite. Consagrado a Dios y consagrado para una misión. Tal vez te cueste creerlo…

El hijo de Dios vivo

La segunda parte de la respuesta de Pedro es todavía más impresionante: “Tú eres… el Hijo de Dios vivo”.  Y así de impresionante es también tu identidad: eres, en verdad, hijo de Dios vivo. No por naturaleza, como Jesús, sino por adopción. Lo dice san Pablo en su carta a los romanos: “El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Rm 8, 16 – 17). Aunque a veces perdemos la noción de nuestra verdadera identidad.

De la identidad a la realidad

Lo que ya somos por gracia, debemos serlo por virtud. Si somos “otros Cristos”; si somos “hijos de Dios vivo”, ¡seámoslo también en nuestra conducta!
  1. Con autoestima y seguridad.
  2. Con una conducta a la altura de nuestra identidad.
  3. Con el rechazo a todo lo que no corresponda con esa identidad. Hay que saber decir: “esto no es para mí…”
  4. Con la determinación de recuperar inmediatamente esa identidad, si alguna vez tenemos la desgracia de perderla.
María, la Hija de Dios por excelencia

Nadie como María ha estado a la altura de su identidad. La Iglesia le reconoce un triple título: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Ella supo reconocer y celebrar su identidad de elegida de Dios. Que Ella nos ayude a tomar más conciencia de nuestra verdadera identidad de ser “cristos e hijos de Dios vivo”.

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