XXII Domingo del Tiempo Ordinario - 28 de agosto
de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
El atentado
La noticia del
reciente atentado en Monterrey –el más grande de su historia– ocupó espacio de
primera plana en muchísimos periódicos del mundo. Un grupo de sicarios asesinó de la manera más brutal y despiadada a 53
personas inocentes, la mayoría mujeres… ¡Cómo no habría de suscitar una ola de
indignación y condena de proporciones internacionales!
¿Por qué?
Desde el primer
momento, quién no se preguntó: ¿Por qué? ¿Por qué esas muertes tan injustas? ¿Por
qué esa desgracia para tantas familias que han quedado rotas? ¿Por qué ese
terrible e inmerecido sufrimiento? Pero, sobre todo ¿por qué esa
brutalidad? ¿por qué esa violencia? ¿por qué esa crueldad? ¿por qué esa
perversidad y malicia? ¡Qué difícil
encontrar respuestas! ¡Qué difícil
comprender! Y, sobre todo, ¡qué difícil perdonar!
Caín, el anti-hombre
Una antiquísima
frase latina, inmortalizada por Thomas Hobbes en su obra Leviatán dice así: “Homo
homini lupus”: “el hombre es un lobo para el hombre”. Pero ¿cómo es posible que el hombre se vuelva de tal manera
enemigo del hombre, al grado de asumir una actitud animal, irracional, contra
él? En el fondo, es el misterio de la iniquidad; es el
misterio del mal presente en el hombre desde el pecado original. Es muy significativo el hecho de que, justo
después del pecado de Adán y Eva, el primer pecado del hombre haya sido un
homicidio: Caín mató a su hermano Abel (cf. Gn
4, 8). Al pecado contra Dios sigue siempre
el pecado contra el hombre: cuando el hombre se pone contra Dios, se pone inmediatamente
contra el hombre. El Concilio Vaticano II lo expresó de esta manera: “La
criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia
criatura queda oscurecida” (GS, n.
36). Y es que cuando perdemos de
vista que Dios es nuestro Padre, perdemos también de vista que los hombres son
nuestros hermanos. Una sociedad, cuanto más atea, es menos fraterna.
Conversión personal y social
En 1993, Juan Pablo II visitó Agrigento, una provincia
de Sicilia, donde estaba muy activa la mafia italiana. Zona, por tanto, de
extorsiones y asesinatos. Celebró la Santa Misa ante una inmensa multitud de
fieles. Muchos de ellos, habían perdido ya algún familiar, asesinado por la
mafia. Durante su homilía, Juan Pablo II habló de perdón, de reconciliación, de
renovación moral de la sociedad. Pero al finalizar la Santa
Misa, el Papa tomó de nuevo la palabra, y con el báculo apoyado en el piso y el
brazo derecho levantado, improvisó uno de los discursos más duros, fuertes y
condenatorios de todo su pontificado. Era
un mensaje para la mafia. Hoy podría ser para los narcos, para los extorsionadores,
para los asesinos. El Papa les gritaba:
“¡Convertíos! ¡Dios dijo: ‘no matarás’! ¡No matarás! ¡Convertíos! ¡Un día
vendrá el juicio de Dios! Al día siguiente, en la
madrugada, estallaron tres bombas en tres iglesias de Roma. Fue la respuesta de
la mafia al mensaje del Papa.
Ese grito del Papa
es para todos nosotros: “¡Convertíos!” Porque, en cierto modo, cada uno de
nosotros es un nuevo Caín. Y muchos años
después, canción dedicada a Juan Pablo II: “Un’uomo venuto da lontano”,
concluía con esta frase: “Caino sono pure io”. Todos somos Caín, porque
todos somos anti-hombres:
- Cuando matamos la buena fama de los demás con la crítica.
- Cuando matamos la sensibilidad de los demás con la brusquedad.
- Cuando matamos la esperanza de los demás con la apatía.
- Cuando matamos la inocencia de los demás con el escándalo.
- Cuando matamos la oportunidad de los demás con la indiferencia.
El Evangelio de hoy nos
dice que al final, el Hijo del hombre vendrá en la gloria del Padre, rodeado de
sus ángeles, y “le dará a cada uno lo que
merecen sus obras”. Es verdad, no nos toca juzgar a las personas. Pero sí
condenar, y con toda la fuerza, los actos que atentan contra la vida de
nuestros hermanos. ¡Toda vida humana es sagrada! La Iglesia no se cansa de repetirlo:
toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, debe ser
respetada. Cito el Catecismo: “El
quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y
voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un
pecado que clama venganza al cielo” (n. 2268). Ante el atentado del jueves, es muy fácil dejarse llevar por un
“modo de pensar demasiado humano”. Un
“modo de pensar” que puede desembocar en la venganza, en la justicia por la
propia mano, en querer vencer el mal con el mal. Juan Pablo II decía que eso sólo genera una “espiral de
violencia”: me la hiciste, te la hago, y así la violencia escala y se perpetúa.
Sólo el perdón “rompe” la espiral de la violencia. Un perdón que no es para
nada “pasividad”: frente al mal, hay tanto que hacer… Cada uno en su ámbito de
influencia. Y todos como sociedad. Tenemos muchas tareas pendientes; tareas que,
en cierto modo, nos están pasando hoy su factura:
- La falta de oportunidades para todos.
- Los rezagos en la educación.
- El descuido sistemático de la justicia social y de la preocupación por los más necesitados…
- ¿Estoy mejorando la sociedad con mi mejora personal?
- ¿Estoy comprometido con la sociedad a través de alguna institución social, cámara, fundación o iniciativa colectiva?
- ¿Estoy ayudando a los niños y jóvenes a encontrar oportunidades para su desarrollo personal, moral y profesional?
No falta quien, ante
un atentado tan injusto, se pregunte cómo Dios lo permite… Conviene aclarar: ningún asesinato es “voluntad de Dios”. Dios NO QUIERE que sus hijos atenten
contra otros hijos. Pero Dios nos dio la libertad. Y respeta ese don. De manera
que todos estamos amenazados por el mal uso de la libertad de los demás. De algo podemos estar seguros: Dios
llora con nosotros la muerte de sus hijos, nuestros hermanos.
María, ruega por nosotros
Cómo no levantar, en un momento como éste, la mirada a María. Cómo no
buscar en ella luz, consuelo y esperanza…
A Ella encomendamos el alma de las víctimas, el dolor de las familias que
han sufrido pérdidas y la consternación de nuestra sociedad. Que Ella nos ayude a todos a ser menos
anti-hombres, a ser más humanos, a ser más hermanos.
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