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lunes, 4 de abril de 2011

SER LUZ

IV Domingo Cuaresma - 3 de abril de 2011

San Juan es el evangelista de los contrastes. A lo largo de su evangelio, aparece con frecuencia el contraste entre:

vida y muerte / luz y tinieblas / gracia y pecado / vista y ceguera

En este cuarto domingo de Cuaresma, nos presenta el caso del “ciego de nacimiento”.

Un ciego al que Jesús vio e iluminó para que pudiera ver. Más allá de la curación en sí, Jesús mismo revela la verdadera intención del milagro: presentarse a sí mismo como “Luz del mundo”. Lo dice explícitamente: “Mientras esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo”.


Ciegos de nacimiento

Todos somos “ciegos de nacimiento”.

Al abrir los ojos a la vida, nuestros ojos espirituales siguieron cerrados, hasta el día de nuestro bautismo, en el que Cristo llenó de luz nuestro corazón. De hecho, para mí, uno de los momentos más significativos del rito del Bautismo es el de la entrega de la vela encendida a los papás y padrinos: “Reciban la luz de Cristo”. De este modo, el nuevo bautizado se transforma en “hijo de la luz”.

La Cuaresma nos invita en este domingo a acoger de nuevo esa “luz de Cristo” y a “ser luz”, sobre todo para los demás. Para ello, la liturgia de este día –en particular la segunda lectura– nos propone tres aspectos de la luz cristiana: 
  • La luz de la bondad
  • La luz de la verdad
  • La luz de la santidad


La luz de la bondad

Las tinieblas son sinónimo de maldad, de oscuras intenciones, de intereses mezquinos. Quien es iluminado por Cristo, ilumina a los demás por su bondad. Porque la luz de Cristo es transformante. Es una luz que ablanda, que suaviza, que mejora la vista y, por lo mismo, ayuda a ver a los demás como lo que realmente son: el mismo Cristo. Nada suple un gesto de bondad. En cambio, la bondad suple tantas cosas… Bondad de corazón, bondad de pensamiento, bondad de palabra, bondad de sentimientos, bondad de actitudes, bondad de gestos… La bondad hace brillar toda la persona.

La luz de la verdad

Las tinieblas son sinónimo de error, de falsedad, de ocultamiento. En cambio, la luz simboliza la apertura, la transparencia, la veracidad. Iluminados por Cristo, tenemos que ser no sólo “cristianos”, sino también “cristalinos”. La luz de la verdad significa la coherencia entre nuestro pensar, hablar y obrar. Pensar, decir y actuar conforme a la verdad de nuestro ser humanos y cristianos es un imperativo no sólo moral, sino también psicológico y emocional. Quien no vive en la verdad, a sabiendas, vive dividido, fracturado, y no sólo no encontrará la paz espiritual; tampoco la emocional. La solución a tanta zozobra interior es, muchas veces, un retorno a la verdad; a reconocer lo que verdaderamente somos; y pensar y actuar conforme a esa identidad.

La luz de la santidad

Las tinieblas son sinónimo de pecado y negación de Dios. La luz cristiana, en cambio, es sinónimo de unión con Dios, fuente de toda luz. De hecho, los santos son astros que no tienen luz propia. Ellos sólo reflejan la luz de Cristo en sus almas. Y tanto más nítido es su reflejo cuanto más “pulida” está su alma por el ejercicio de la virtud. Precisamente, son quienes mejor han entendido su verdadera identidad y la han vivido con coherencia, a veces heroica. Hay una luz especial que irradian los santos: la de la alegría. No hay santos tristes. Muchos han sufrido. Y han sufrido mucho. Pero el sufrimiento, lejos de amargar su corazón, lo ha hecho más resplandeciente.

María, Estrella Pura

María es el modelo de la creatura que mejor se ha dejado iluminar por Cristo y quien mejor ha reflejado esa luz. Que ella interceda por nosotros, ciegos que tantas veces andamos a tientas en medio de las sombras y tinieblas de la maldad, del error y del pecado. Que Ella abra los ojos de nuestro corazón a la luz de la bondad; los ojos de nuestra mente a la luz de la verdad; y los ojos de nuestra voluntad a la luz de la santidad.

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