I Domingo Pascua - 24 de abril de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
El símbolo
El Cirio Pascual es símbolo de Cristo Resucitado y constituye, por así decir, el centro litúrgico de la Pascua. Pero representa también, a su modo, la Crucifixión de Cristo. Porque en Cristo, muerte y resurrección siguen siempre unidos.
Los evangelistas no pasan por alto una señal característica del Cuerpo glorioso de Cristo: las heridas de la Pasión. También el Cirio Pascual, a su modo, representa el misterio dual de muerte y de vida, de dolor y de gozo, de pasión y de gloria, de cruz y de luz. De hecho, para dar luz, el cirio se consume. Y se consume lentamente, como para recordarnos el lento quehacer de nuestra vida: consumirnos para iluminar, sacrificarnos para amar, morir para salvar.
El “Know How” del cristianismo
Jesús no sólo murió para salvarnos. Quiso también darnos la lección fundamental del cristianismo. Algo así como el “mecanismo intrínseco”, el “cómo funciona”, o como se dice ahora, el “know how” esencial del cristianismo. Y es éste: “Si quieres salvar algo, tienes que morir por ello”.
Murió para salvarnos
Jesús quiso salvarnos. ¿Era necesario que muriera? La respuesta, al menos en sentido absoluto, es no. Dios podía habernos dejado en el pecado, en la condenación. O bien, Dios podía habernos perdonado sin más, sin la Encarnación, ni la Pasión ni la Muerte de Cristo. El hecho histórico es que Cristo murió para salvarnos. La consecuencia más terrible del pecado, la muerte, en manos de Cristo se transformó en instrumento de salvación. Como dice san Agustín: “Con su muerte, mató la muerte”.
- Jesús murió para salvarnos de la corrupción del pecado.
- Jesús murió para salvarnos de la esclavitud del pecado.
- Jesús murió para salvarnos de la pérdida definitiva de Dios por el pecado.
Morir para salvar
Desde aquella tarde del Viernes Santo en el Calvario, quedó grabada para siempre la lógica fundamental del cristianismo: “Si quieres salvar algo, tienes que morir por ello”. Es la “fórmula de la cruz”. ¡Y funciona!
Funcionó para salvar a la humanidad. Funcionará para salvar todo aquello que sea digno de morir por ello. ¿Quieres salvar tu matrimonio…? ¡Muere por él! Es decir, muere a tu egoísmo, a tu individualismo, a tus tentaciones de infidelidad, a todo aquello que pueda lastimar tu relación matrimonial. ¿Quieres salvar a tus hijos…? ¡Muere por ellos! Es decir, muere a tu negligencia, a tu indiferencia; muere a tus evasiones de estar con la familia; muere a todo aquello que te aparte de ser un excelente padre o madre. ¿Quieres salvar tu fe…? ¡Muere por ella! Es decir, muere a tus racionalismos e incredulidades; muere a tus curiosidades peligrosas y a tus lecturas nocivas; muere a la soberbia intelectual que puede robarte la sencillez que requiere la fe. ¿Quieres salvar tu esperanza…? ¡Muere por ella! Es decir, muere a tus pesimismos y fatalismos; muere a tus desesperaciones y dramatismos; muere también a tus falsas ilusiones y seguridades. ¿Quieres salvar tu corazón? ¡Muere por él! Es decir, muere a tus codicias y apegos; muere a tus amarguras y rencores; muere a tus odios y deseos de venganza. ¿Quieres salvar tu pureza? ¡Muere por ella! Es decir, muere a tus frivolidades y sensualidades; muere a tus instintos y curiosidades; muere a tu búsqueda egoísta de placer.
Conclusión
¡Morir para salvar! ¡Ésta es la gran lección del Cirio Pascual, que se consume para darnos su luz! Es la gran lección de Cristo Resucitado, que nos sigue mostrando las llagas abiertas de sus manos, de sus pies y de su costado. Cada vez que mires un Crucifijo, recuerda esta regla de oro del cristianismo: “Si quieres salvar algo, tienes que morir por ello”; de una u otra forma, pero morir por ello.
María Santísima conoció, ya desde la Anunciación, esta ley general del cristianismo. Cuando tuvo que morir a sus planes personales para aceptar el plan de Dios sobre su vida. Cuando tuvo que morir a su vida tranquila en Nazareth para ir a Belén y luego a Egipto, sorteando peligros. Sobre todo, cuando tuvo que morir, finalmente, en su corazón al ver morir a su Hijo en la Cruz.
Que Ella, María, nos ayude a asimilar y a practicar esta lógica esencial del cristianismo: “Morir para salvar”.
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