Que piensa, dice y hace Dios
La Divina Misericordia
Santa Faustina Kowalska habla de tres tipos o grados de misericordia: de pensamiento, palabra y obra. Se refiere a la misericordia entre nosotros; a la que ella misma procuró vivir con sus hermanas de convento. Pero es obvio que esos tipos de misericordia tienen su fuente original en Dios. No hay misericordia que no brote de Dios. De hecho, cuanto más misericordiosos somos con los demás tanto más nos parecemos a Dios. Santa Faustina fue “profeta de la misericordia divina” en nuestros tiempos. Su Diario: La Divina Misericordia en mi alma, es un “bestseller” –dicho por Amazon Kindle– y ha tocado y transformado a millones de personas. Todo lo que Dios piensa, dice y hace con nosotros es siempre misericordia. Nuestra realidad física, moral y espiritual no da para otra cosa. Nuestro “máximo potencial” –ahora que tanto se escribe sobre “potencial humano”– consiste en ofrecerle a Dios toda nuestra miseria para que Él ejerza toda su misericordia sobre nosotros.
Misericordia de pensamiento: Dios Padre
Dios Padre piensa en cada uno de nosotros: es su primera misericordia. De hecho, “sueña” con nosotros. Pero sus sueños, a diferencia de los nuestros, se hacen siempre realidad. Así nos trajo a la existencia, sacándonos de la miseria más absoluta: la del “no-ser”. El pensar de Dios no sólo es “creador”; también es “providente”. Al pensar en nosotros, pensó un “proyecto misericordioso”, un camino sembrado de bendiciones, aunque nosotros no siempre lo percibamos así. Sus pensamientos no coinciden con los nuestros; hay que decirlo. Los suyos son más altos, más grandes, más atrevidos. Porque nos sueña siempre mejores, más realizados, más felices. Y al pensarnos así, “ve” en nosotros lo que todavía no somos. Por eso, su pensamiento también es “indulgente”. No se le esconde ninguna de mis faltas. Pero en su mente, me ve siempre bueno o, por lo menos, capaz de serlo.
Misericordia de palabra: Dios Hijo
Dios no sólo “piensa con misericordia de mí”. También “pronuncia” su misericordia sobre mí. El Hijo de Dios, Jesús, es esa Palabra misericordiosa del Padre. Jesús es la misericordia de Dios pronunciadasobre la humanidad; es la misericordia explícita del Padre; es su “declaración de amor” al hombre; o, como dice el profeta, su «canción de amor» (cf. Ez. 33, 32); su poema más sublime y concreto al mismo tiempo. Sólo que la Palabra de Dios, a diferencia de la nuestra, no se la lleva el viento. De hecho, el “viento” (Espíritu) nos la trajo aquel lejano día de la Anunciación. La misericordia de Dios se hizo Palabra; y la Palabra se hizo carne: ésa es la ecuación del corazón de Dios.
Misericordia de obra: Dios Espíritu Santo
Ahora bien, «la Palabra de Dios es viva y eficaz», dice la Biblia (Hb 4, 12). El Padre y el Hijo actúan su misericordia sobre nosotros a través de su Espíritu “santificador y dador de vida”. Él, el Espíritu de Dios, es la misericordia de Dios “en acción”. Es la misericordia que sana, reconstruye, sostiene, consuela, alienta, transforma, ilumina. En pocas palabras, es la Misericordia de Dios que “actúa” sobre nuestra miseria humana para elevarla al rango que Dios Padre quiso darnos en Cristo: el de ser “hijos de Dios”. Ahora bien, las obras de Dios, a diferencia de las nuestras, siempre son amorosas. Quizá el momento más elocuente de la obra misericordiosa del Espíritu Santo es la reconciliación de nuestras almas con Dios en virtud del soplo divino Jesús confió a los apóstoles el domingo de su Resurrección para que perdonasen los pecados. La fórmula de la absolución sacramental es una síntesis maravillosa de esta triple misericordia: “Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y derramó al Espíritu Santo para la remisión de los pecados te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz”. La misericordia del Padre encarnada en el Hijo y activa a través del Espíritu nos perdona. Lo que Dios piensa, dice y hace en nosotros es siempremisericordia.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia
Entre misterio y misterio del Rosario, suele intercalarse una bellísima jaculatoria mariana: “María, Madre de gracia, Madre de misericordia: en la vida y en la muerte, ampáranos gran Señora”. A la misericordia de Dios no podía pasársele una necesidad básica del corazón humano: la necesidad de una Madre, de un corazón maternal al que nuestras miserias no sólo no la frenen en su amor, sino que la impulsen a amarnos más todavía; un corazón lo más parecido al de Dios. Es el Corazón de María. En Ella encontramos el espejo más nítido de la misericordia de Dios; en Ella descansamos, cargados de miserias, pero confiados al amparo de su gracia y su misericordia.