domingo, 14 de abril de 2013
“¿Me amas?”
“¿Me amas?”
El último capítulo del Evangelio de Juan gira en torno a una pregunta de Jesús. Jesús la dirige a Pedro, en primer término. Él sería su primer “Vicario” en la Tierra: aquel que ejercería en su nombre el oficio de Pastor Supremo para instruir, santificar y gobernar a su grey. Tenía que probar la idoneidad del candidato. Y qué mejor manera de hacerlo que preguntándole: “¿Me amas?”.
Una triple intención
En cualquier caso, la pregunta de Jesús sigue vigente. Y no sólo para Pedro y sus sucesores, sino para cada uno de nosotros, pastores y ovejas: “¿Me amas?”. Es la pregunta que Jesús nos hace a todos. Y nos la hace para que nosotros nos la hagamos. La pregunta la hace tres veces, variando un tanto la expresión en cada caso. Queda así evidente que su pregunta es mucho más que una curiosidad. Es un anhelo profundo, una aspiración; más aún, un triple deseo: el de mejorar la calidad, agrandar la cantidad y motivar la constancia de nuestro amor.
Jesús médico
“¿Me amas?”. Jesús es médico. Ausculta nuestro corazón. Él quiere que nuestro amor sea cada vez más sano, puro, recto, honesto. Y no hay forma de amar a nadie así si nuestro primer amor no es Él mismo. Dicho de otro modo, quien quiera amar de verdad a quien sea, tiene que amarlo “en Cristo y por Cristo”. Al amor humano le suele faltar pureza, honestidad, rectitud. Casi siempre brota de nuestro corazón mezclado con otras intenciones. Jesús quiere purificar nuestro amor. Por eso, independientemente de nuestro estado de vida, de a quién o a quienes debemos amar, Jesús nos pregunta: “¿Me amas?”. Amar en Cristo y por Cristo es la condición para amar de verdad a una esposa, a un hijo, a un hermano, a una novia, a un amigo.
Jesús mendigo
Jesús pregunta de nuevo: “¿Me amas?”. Esta vez, Jesús es mendigo. Sólo los enamorados se preguntan si los aman. Y un enamorado es un necesitado de amor. Jesús a veces tiene que hurgar en nuestro corazón, como los mendigos en los tambos de basura –valga la comparación–, para ver si encuentra algo para Él. Hasta ahí llega su necesidad de nuestro amor. Había gritado en la cruz, casi desesperadamente: “Tengo sed”. Sed de nuestra alma, hambre de nuestro amor. Jesús representa aquí a todos los que necesitan algo de nosotros –sea tiempo, atención, cariño, comprensión, perdón, generosidad– y nos obligan a incrementar nuestro amor, a estirarlo, a darlo siempre un poco más. Él está detrás de cada necesitado que toca a nuestra puerta, y nos pregunta: “¿Me amas?”.
Jesús motivador
Jesús pregunta por tercera vez: “¿Me amas?”. Esta vez, Jesús es un motivador de nuestro corazón.Todos nos cansamos de amar. Todos hemos experimentado la fatiga del corazón. Jesús nos pregunta por tercera vez si lo amamos para probar el aguante y la constancia de nuestro amor. Jesús sabe que sólo amándolo a Él podemos perseverar en el amor a los demás, hasta el heroísmo. El amor a Cristo ha sido, es y será la motivación de fondo de tantos amores que superan por mucho la etapa de las “maripositas”.
María, Madre del amor hermoso
María –dijo Juan Pablo II– es la Madre del amor hermoso. Ella sabe que Jesús nos viene preguntando a cada paso de la vida: “¿Me amas?”. Y también sabe que nuestra respuesta define, en cierto modo, la calidad, la cantidad y la constancia de nuestro amor. Pongamos nuestro corazón en manos de María para que Ella nos ayude a responder a Jesús, como Pedro, con plena sinceridad: “Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo”.