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domingo, 28 de octubre de 2012

LAS LUCES DEL CIEGO


Domingo XXX del Tiempo Ordinario
Parroquia de Ntra. Sra. de Fátima
Monterrey, N.L.

Ciegos célebres

Los ciegos nos sorprenden a veces con una “visión” más clara y profunda que la nuestra. Es bien conocido el caso de Hellen Keller, quien de muy pequeña quedó ciega y sorda. Años después, habiendo aprendido heroicamente a escribir, ella misma relataría: «Podía compararme con un insensible pedazo de corcho. De pronto, sin que recuerde el lugar, el tiempo o el procedimiento exactos, sentí en el cerebro el impacto de otra mente y desperté al lenguaje, el saber, el amor, a las habituales nociones acerca de la naturaleza, el bien y el mal». Según sus biógrafos, aprendió los nombres de las cosas que podía tocar; aprendió a “hablar” y a “escuchar” con las manos. Escribió, entre otros, un libro titulado Luz en mi oscuridad. Otro ciego célebre es Andrea Bocelli. No cabe duda de que la ceguera, lejos de obstaculizar su talento, lo ha amplificado. Y san Francisco de Asís, quien ya viejo y casi ciego, dio a luz el más célebre de sus escritos: el Cántico de las creaturas. En el fondo, estos ciegos han visto tanto gracias a la luz interior de su espíritu. «Nadie puede apreciar el secreto de su desarrollo –escribe Paul Sperry sobre el caso Keller– sin conocer algo de su fundamento espiritual. Para ella la religión era una manera de vivir día a día, y la vida espiritual era tan real y práctica como la vida natural».


Las luces del ciego Bartimeo

Hoy nos sorprende también, a su modo, el ciego del evangelio, Bartimeo. Él también vio quizá más que muchos de los que hoy tenemos ojos sanos. “Vio” su propia necesidad, que ya es mucho ver en ocasiones. “Vio”, además, lo que no vieron muchos de los que seguían a Jesús: al Mesías. Y, finalmente, “vio” también el mundo con una visión nueva, recién estrenada, empapada de admiración.

La luz de la necesidad

La necesidad es una gran luz. Porque nos baja de la autosuficiencia y agudiza nuestros sentidos para percibir por dónde pasa Dios. Por eso, la necesidad es el preludio de muchas oraciones. El ciego Bartimeo, apenas supo que era Jesús el que pasaba, se puso a orar; con una oración de súplica, intensa, casi desesperada. Sabía que era, quizá, su única oportunidad: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». La necesidad ablanda el corazón y deja entrar la luz de la esperanza. ¡Cuánto ayuda a veces pasar necesidad! Bien lo dijo Lacordaire: «La adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir».

La luz de la fe

La segunda visión de Bartimeo fue la de su fe. Él vio en Jesús al Mesías. “¡Hijo de David…!, le gritaba, utilizando una expresión típicamente mesiánica del pueblo judío. La fe, no lo olvidemos, no es una teoría; es un encuentro personal con Alguien que pasa constantemente a nuestro lado. De hecho, con más frecuencia de lo que imaginamos. Jesús pasa a nuestro lado en las personas que se acercan con un consejo, con un buen ejemplo, con una ayuda concreta. Pasa a nuestro lado cuando estamos en apuros o dificultades, o cuando palpamos nuestras limitaciones e insuficiencias. «Dios está cerca del que sufre», dice la Biblia. Y, sobre todo, pasa a nuestro lado y “entra de lleno” en nuestra vida con los sacramentos. Sólo hace falta la luz de la fe para experimentarlo.

La luz de la admiración

Qué le habrá parecido el mundo a Bartimeo, con su vista recién estrenada. De pronto vio el mismo universo que nosotros tenemos a la vista todos los días. Vio el cielo, las nubes y el resplandor del sol; las montañas, y el primer atardecer de su vida. Más tarde, por primera vez vio la luna y las estrellas; y, tal vez después de pasar toda la noche en vela –no era para menos el espectáculo– su primer amanecer. Todo, absolutamente todo, le pareció maravilloso, admirable. La luz de la admiración es una visión nueva del mundo. Es no perder la capacidad de asombro, incluso ante lo más ordinario.
Esa luz requiere unos ojos nuevos, habilitados para redescubrir la belleza de toda la creación, empezando por la de las personas. Y, sobre todo, para percibir la presencia de Dios que pasa a nuestro lado en cada creatura; porque cada una es también, a su modo, revelación de Dios. Y qué hermoso es vivir bajo esta luz. Por eso, decía el Papa Benedicto: «La claridad y la belleza de la fe católica hacen luminosa la vida del hombre también hoy».

María, Estrella de la mañana

María es la Estrella de la mañana que precede al Sol. Ella nos ayude a reconocer en nuestras necesidades, en nuestra fe y en nuestro entorno, toda la luz que necesita nuestra vida para discurrir con alegría.