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domingo, 4 de marzo de 2012

LLORANDO DE ALEGRÍA


Domingo II de Cuaresma - 26 de febrero de 2012
Parroquia y Santuario de Fátima - Monterrey, N.L.


Llorando de alegría

La vida no es fácil. Tiene muchas penalidades y oscuridades. Pero no faltan momentos en que nuestra existencia parece transfigurarse, aunque sea un instante. ¿Alguna vez has llorado de alegría? El Evangelio de hoy nos lleva a la cumbre de una montaña, donde Jesús se transfiguró en presencia de sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. La Transfiguración de Jesús es un anticipo y una figura de cómo nuestra vida también puede transfigurarse. Los elementos del evangelio de la Transfiguración nos ayudan a entender cómo puede suceder esto.
Veremos, en particular, tres elementos clave del relato:
  • La montaña
  • La blancura de las vestiduras
  • La nube




La montaña

El primer requisito para la Transfiguración es subir a la montaña. La montaña es un símbolo de la vida de oración. Subir a la montaña significa alejarse y elevarse. Alejarse del ruido, del tumulto de la vida ordinaria, para encontrar un espacio de silencio y de intimidad con Dios. Elevarse significa ascender a las alturas del espíritu. Dejar abajo los vicios, las preocupaciones temporales, las inquietudes superfluas para subir la montaña de la espiritualidad. La oración es el lugar propio de toda transfiguración en nuestra vida.

La blancura

Dice el Evangelio que las vestiduras de Jesús se pusieron blancas como ningún batanero sería capaz de blanquearlas. La blancura es sinónimo de purificación. Cuando purificamos nuestra alma, cuando pedimos perdón de nuestros pecados, cuando “blanqueamos” nuestra vida, es inevitable experimentar una cierta transfiguración en nuestra vida.

La nube

La nube expresa la presencia de Dios. Cuando Dios está presente, nuestra vida se transfigura.
Todo cobra un brillo diferente, si Dios está presente:
  • La actividad más ordinaria.
  • La tarea más pesada.
  • El dolor más tremendo.
  • La oscuridad más negra.


La Transfiguración de María

María no estuvo presente en la Transfiguración. Todo hace pensar que en su vida no hubo transfiguraciones, ni manifestaciones gloriosas de su Hijo. Ella vivió su vida en la monotonía de la cotidianeidad. ¿Qué hacía María para darle brillo a su vida? Poner mucho amor en todo. El amor hace brillar los actos más monótonos. El amor hace resplandecer los momentos más oscuros. El amor lo transfigura todo. Esa es la gran lección que nos deja María. Ojalá la aprendamos de Ella.


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