Domingo II de Cuaresma - 26 de febrero de
2012
Parroquia y Santuario de Fátima - Monterrey,
N.L.
Llorando de alegría
La vida no es fácil.
Tiene muchas penalidades y oscuridades. Pero no faltan momentos en que nuestra
existencia parece transfigurarse, aunque sea un instante. ¿Alguna vez has llorado de alegría? El Evangelio de hoy nos lleva a la cumbre de una montaña, donde
Jesús se transfiguró en presencia de sus tres discípulos predilectos, Pedro,
Santiago y Juan. La Transfiguración de
Jesús es un anticipo y una figura de cómo nuestra vida también puede
transfigurarse. Los elementos del evangelio de la Transfiguración nos ayudan a
entender cómo puede suceder esto.
Veremos,
en particular, tres elementos clave del relato:
- La montaña
- La blancura de las vestiduras
- La nube
La montaña
El primer requisito
para la Transfiguración es subir a la montaña. La montaña es un símbolo de la vida de oración. Subir a la montaña significa alejarse
y elevarse. Alejarse del ruido, del
tumulto de la vida ordinaria, para encontrar un espacio de silencio y de
intimidad con Dios. Elevarse
significa ascender a las alturas del espíritu. Dejar abajo los vicios, las
preocupaciones temporales, las inquietudes superfluas para subir la montaña de
la espiritualidad. La oración es el lugar
propio de toda transfiguración en nuestra vida.
La blancura
Dice el Evangelio
que las vestiduras de Jesús se pusieron blancas como ningún batanero sería
capaz de blanquearlas. La blancura
es sinónimo de purificación. Cuando
purificamos nuestra alma, cuando pedimos perdón de nuestros pecados, cuando
“blanqueamos” nuestra vida, es inevitable experimentar una cierta
transfiguración en nuestra vida.
La nube
La nube expresa la
presencia de Dios. Cuando Dios está
presente, nuestra vida se transfigura.
Todo
cobra un brillo diferente, si Dios está presente:
- La actividad más ordinaria.
- La tarea más pesada.
- El dolor más tremendo.
- La oscuridad más negra.
La Transfiguración de María
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