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lunes, 20 de febrero de 2012

LA TERAPIA DEL PERDÓN



Domingo VII del Tiempo Ordinario - 19 de febrero de 2012

Parroquia y Santuario de Fátima - Monterrey, N.L.



¿Parálisis matrimonial?

Hoy tantos matrimonios sufren de parálisis. Los matrimonios paralíticos no caminan, no avanzan, no salen de sus problemas. A algunos los paraliza el miedo; a otros, el rencor; a otros la desconfianza. Es muy difícil que un matrimonio paralítico salga adelante si no hace algo extraordinario. Acabo de estar con mi familia, en Tijuana. Mi hermano me llevó a San Diego a hacer unas compras. Entre otras tiendas, fuimos a la librería Barnes & Nobles. Íbamos ya de salida cuando alcancé a ver en la zona de DVD’s la película Fireproof (A prueba de fuego). Es la historia de un bombero en crisis matrimonial. Como bombero, un héroe; como esposo, un desastre. Su padre habló con él y le regaló un libro: “El camino del amor”: una guía de 40 días para salvar el matrimonio. La historia del matrimonio del bombero y la del paralítico del evangelio de hoy se parecen mucho. Las dos historias nos dejan una lección muy clara: para superar cualquier parálisis, también la matrimonial, hacen falta cuatro cosas:
  • Dejarse Ayudar
  • Pedir Perdón
  • Saber Esperar
  • Perdonar

Dejarse ayudar

No sabemos cuánto tardó el paralítico en dejarse ayudar. El Evangelio no nos dice nada de su historia, de su pasado, de su situación. Sólo nos dice que era paralítico. Tal vez era ya un hombre resignado y escéptico. Tal vez le insistían sus amigos que Jesús podía sanarlo. Pero él no quería. ¿Para qué? Iba a ser un remedio inútil, igual que tantos otros que ya había probado. Nos ocurre un poco a todos. No sólo la prosperidad ensoberbece, también la desgracia. Entonces nos volvemos paralíticos. No sólo no podemos dar un paso; tampoco queremos darlo. Pensamos que lo que no podemos solos, nadie más podrá hacerlo tampoco. Hace falta mucha humildad para reconocerse paralítico; pero hace falta más humildad para dejarse ayudar. La vida del paralítico, como la del bombero, empezó a cambiar el día que se dejó ayudar.

Pedir perdón

Lo primero que hizo Jesús con el paralítico fue perdonar sus pecados. Jesús va directo al mal profundo; a la verdadera raíz de toda parálisis en la vida: el pecado. Jesús sabe muy bien que si sana el corazón, las piernas son ya lo de menos. No hay peor mal que el mal moral. No hay peor parálisis que la del corazón. Lo dice así el Catecismo de la Iglesia Católica: «A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero» (n. 1488). Igual ocurre con las parálisis matrimoniales: si se corrige el mal de fondo –el pecado, el egoísmo–, cualquier otro obstáculo para la relación es ya lo de menos. Durante 40 días, nuestro bombero hizo todo lo que el libro le pedía. Pero todo parecía inútil… Su esposa seguía cerrada. Hasta que un día, finalmente, empezó a cambiar. No hay mejor terapia matrimonial, a mi juicio, que dejar de pedir que el otro cambie y dedicarse a cambiar lo que uno mismo deba cambiar. Fue lo que hizo el bombero: dejó de exigir que cambiara su esposa. En lugar de eso, ¡cambió él!

Saber esperar

Hasta entonces, nuestro bombero no entendía por qué todo lo que hacía no funcionaba inmediatamente. Hasta que se humilló y pidió perdón. Su esposa le pidió tiempo para reflexionar. Ésta vez, nuestro bombero ya no tuvo prisa. Finalmente comprendió que el corazón humano –y especialmente el corazón de una mujer– necesita tiempo para sanar, para recuperar la confianza, para convencerse y dejarse conquistar de nuevo.

Perdonar

Ya sólo hacía falta un paso más: que su esposa lo perdonara. ¡Y ese perdón llegó…! El perdón es un paso esencial hacia la curación. El perdón es la mejor terapia. Sana todas las parálisis. Perdonar nos asemeja a Jesús, el “perdonador” por excelencia. El demonio es lo contrario. Él es “el acusador” del hombre. Algo así como el “fiscal de la humanidad”. Siempre me ha llamado la atención una frase del Apocalipsis: «Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: “Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los  acusaba día y noche delante de nuestro Dios”» (Ap. 12, 10). Pedir perdón es humillarse. Perdonar es levantar, poner en pie al otro. Como hizo Jesús con el paralítico: perdonarlo fue el primer paso para ponerlo de pie. Al perdonarlo, Jesús le devolvió la confianza en sí mismo. Reforzó sus tobillos y pudo levantarse y caminar de nuevo. El perdón realmente cura. Más aún, el perdón cura dos veces. Cura al que es perdonado: lo libera del peso de la culpa. Y cura al que perdona: lo libera del peso del resentimiento.

María, la madre del perdón

Pedir perdón y perdonar no es fácil. María entendió muy bien lo que cuesta perdonar cuando estaban crucificando a su Hijo. Pero ahí mismo escuchó las palabras de Jesús: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc. 23, 34). En el corazón de María, ellos no sólo fueron perdonados; también fueron acogidos como hijos, porque aquel día, María empezó a ser Madre de todos los hombres: no sólo de los ofendidos, sino también de los que ofenden. Ella nos alcance la gracia de saber pedir perdón siempre, siempre, siempre; y de perdonar siempre, siempre, siempre.

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