IV Domingo de Adviento -18 de diciembre de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
Un ser de encuentro
La vida humana está
tejida de encuentros y desencuentros. Somos seres sociales. Fuimos diseñados
para “encontrarnos” recíprocamente. Ahora bien, encontrarse con alguien es mucho más que contactar a alguien. Un encuentro personal es un “adentrarse”
recíproco; una mutua incursión en la mente y en el corazón.
Un encuentro personal
es un intercambio de vidas, de historias, de afectos y sentimientos.
Desencuentros
Un desencuentro es
lo contrario. Es un alejamiento interior
de alguien. Los desencuentros más dolorosos nos suceden con las personas que más
amamos. Los desencuentros rompen relaciones
exteriores; pero, sobre todo, rompen vínculos
internos que forman parte de nuestra estructura personal. Por eso desgarran
tanto el corazón. Si alguna vez has roto con tu novio/a; o con tu mejor
amigo/a, sabes muy bien de qué estoy hablando.
Cadena de desencuentros
El primer gran
desencuentro de la historia fue el pecado original. Adán y Eva, aceptando la tentación
del demonio, “rompieron relaciones” con Dios. Del desencuentro con Dios se pasa, invariablemente, al
desencuentro con los demás. Por eso, ya en la primera generación humana se dio
el primer desencuentro entre hermanos: Caín mató a Abel. La historia de la
humanidad, a lo largo de los siglos, está tejida de dolorosos y violentos
desencuentros entre países, ciudades, familias, matrimonios y hermanos. Pero
los desencuentros no terminan ahí. Del desencuentro con los demás se pasa,
también invariablemente, al desencuentro de cada uno consigo mismo. Siempre que
rompemos con Dios y con los demás, sentimos una profunda ruptura interior; un
desencuentro con nosotros mismos. Tal vez por eso a veces nos sentimos
“perdidos”, divagando por el laberinto de nuestra identidad. No sabemos bien quiénes
somos. El pecado nos vuelve extraños para nosotros mismos. El último gran
desencuentro del hombre tras el pecado fue con la creación. El pecado original
rompió la relación armónica del hombre con la naturaleza. Desde entonces, el
hombre ha sido tantas veces enemigo de la naturaleza; y la naturaleza, enemiga
del hombre.
El reencuentro
Por fortuna, estos desencuentros
no son ni pueden ser la última palabra sobre el hombre y su destino. Después de
un desencuentro existe siempre la
posibilidad de un reencuentro. ¡Cómo me
llaman la atención las primeras palabras de Dios después del primer pecado del
hombre!: “¿Dónde estás?” (Gen. 3, 9).
Dios sale al encuentro –mejor dicho, al reencuentro–
del hombre. La historia de la humanidad es la historia de esta búsqueda de Dios
que pregunta por el hombre a lo largo de todos los siglos y a lo ancho de toda
la Tierra. Dios es un tenaz buscador
del hombre. Hoy sigue preguntando a cada hombre y mujer: “¿Dónde estás?”. Todo
parece indicar que Dios, en su Corazón infinito, sigue sintiendo nostalgia del hombre.
Tiempo de reencuentros
La Navidad es el
reencuentro de Dios con el hombre. Jesús es el “lugar supremo” de este nuevo y
definitivo encuentro entre la Divinidad y la humanidad. Por eso, la Navidad es tiempo de reencuentros por excelencia. Se
reencuentran las familias, se reencuentran los amigos, se reencuentran los
diferentes estratos de la sociedad a través de iniciativas de caridad y
solidaridad. La Navidad es el tiempo para reencontrarte con Dios, con los
demás, contigo mismo y hasta con las creaturas. Si traes algún desencuentro activo en tu vida, proponte
superarlo con un reencuentro. ¡Ármate
de valor y desármate de rencor! ¡Sal a buscar, como Dios, a esa persona que tal
vez traes perdida desde hace algún tiempo! Imita a Dios. Él sabe que todo
reencuentro tiene que ser suave, casi tímido. Por eso, para reencontrar al
hombre, se revistió de mansedumbre y pequeñez. Puedes estar seguro de que, si
te revistes tú también de humildad, tu reencuentro con quien sea tendrá éxito.
El gozo del reencuentro
Si los desencuentros
son dolorosos, puedes también estar seguro de que los reencuentros son gozosos.
La respuesta de María
Dios salió a buscar
al hombre con una pregunta: “¿Dónde estás?”. Como vimos, fue la primera
pregunta tras la irrupción del pecado en el mundo. Así también, tras la
irrupción de la gracia en el mundo, hubo ya una primera respuesta, que anticipó
el reencuentro de Dios con la humanidad: “Aquí estoy –respondió María–. Hágase
en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38). Que
María nos alcance en esta Navidad la gracia de responder lo mismo al Dios que
nos busca: “Aquí estoy…”. Que Ella nos alcance la gracia de reencontrarnos con Dios, con los demás,
con la creación y con nosotros mismos.
+