XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Solemnidad de Cristo Rey - 20 de noviembre de
2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
Introducción
La
fiesta de hoy tiene un contexto apocalíptico. Cristo ya es Rey del Universo; pero todavía
no se manifiesta la plenitud de su reinado… hay inmensas parcelas del
mundo, grandes espacios de la sociedad, hogares y corazones… en los que Cristo todavía
no es Rey.
Una
cosa es cierta: ese día llegará.
Habrá
un gran apocalipsis universal, como
el que hemos vislumbrado en la liturgia de hoy, en el que finalmente Cristo
reinará, lo queramos o no. Antes de ese gran día, cada hombre y mujer tiene en
esta vida la opción de un apocalipsis personal. Es decir, de
decidir si acepta o rechaza a Cristo como Rey en su vida. Ahora bien, aceptar a
Cristo como Rey significa entregarle los cuatro símbolos que distinguen a un rey:
una corona, un cetro, un manto real y un trono.
Una corona
La
corona simboliza la inteligencia del
Rey. Ése es el primer recinto que has de entregarle a Cristo, si Él ha de
reinar en ti: tu inteligencia. Si Cristo reina en tu inteligencia, él guiará e
iluminará tu vida. Tu memoria será suya: una memoria limpia y pura de todo
rencor y tristeza. Tu pensamiento será suyo: un pensamiento bueno y positivo para
con todos. Tu proyecto de vida será suyo: todo lo harás consultándolo con Él:
tus planes, tus propósitos, tus aspiraciones. Si Cristo reina en ti, tu inteligencia
será luminosa y sabia, guiada no sólo por la luz natural de la razón sino
también por la fe. Será
una inteligencia misericordiosa, que
instruirá al que no sabe, que corregirá al que yerra, que aconsejará al que
necesita guía y orientación.
Un cetro
El
cetro es el “bastón de mando” del rey. Simboliza su voluntad, su gobierno. Es el segundo recinto que debes entregarle a
Cristo: tu voluntad. Rendir tu voluntad a la de Cristo: eso es aceptar a Cristo
como rey. Si Cristo reina en tu voluntad, Él gobernará tu vida. Tu voluntad, en
manos de Cristo, ya no irá por el camino del mal; ni se apegará a dioses
falsos; ni codiciará lo innecesario. Tu voluntad, en manos de Cristo, irá por
el camino del bien; se mantendrá firme en la entrega a Dios y a los demás. Será
una voluntad misericordiosa, determinada
a hacer siempre el bien; que dará de comer al hambriento y de beber al
sediento.
Un manto real
El
manto real simboliza la dignidad del cuerpo
del Rey. Por eso lo reviste con telas finas y encajes de oro y plata,
destacando el honor que le es debido. Es lo tercero que debes entregarle a
Cristo, si Él ha de reinar en ti: tu cuerpo, tu sensibilidad, tu piel. Tu
cuerpo no será más sólo tuyo; será también cuerpo
de Cristo, morada de Dios y templo de su Espíritu. Si Cristo reina
en ti, tu cuerpo no será más carne de pecado, ni esclavo de pasiones, ni objeto
de egoísmo. Será un cuerpo limpio, purificado por el mismo Cristo. Será un
cuerpo verdaderamente hermoso, como
es hermoso todo lo que Cristo toca y hace suyo. Será un cuerpo misericordioso, dispuesto a abrazar, a cargar, a tender la
mano a los demás; que vestirá al desnudo, visitará al enfermo y al encarcelado.
Un trono
El
trono simboliza el corazón sabio y
prudente del rey para juzgar a su pueblo. Si Cristo ha de reinar en ti, tienes
que entregarle también tu corazón. Tu corazón ha de ser un trono desde el que
Cristo pueda juzgar a los demás. Los tronos son fuertes y blandos al mismo
tiempo. Si Cristo reina en tu corazón: Será un corazón fuerte y resistente para
sobrellevar el peso de Cristo, que es el peso de los demás. Será un corazón robusto,
que soporte las exigencias e inclemencias del amor. Pero será también un
corazón muy blando, que juzgará con bondad y benignidad a los demás. Será un corazón
manso y humilde, como el Rey que está sentado en él. Será un corazón misericordioso, cálido y
acogedor, que dará consuelo y conforto al triste y al que llora.
Conclusión
Sí, Cristo
vendrá al final de los tiempos y reinará en todo y en todos, lo queramos o no. Pero
¿por qué no dejarlo reinar desde
ahora? Hoy por hoy, Él no quiere reinar a
la fuerza. Hoy por hoy, Él nos da libertad para aceptar o rechazar su
Reino. Hoy por hoy, Él sólo puede reinar si lo dejamos reinar. Si quieres
dejar reinar a Cristo, entrégale: la corona de tu inteligencia, el cetro de tu
voluntad, el manto de tu cuerpo, el trono de tu corazón.
María
fue el primer Reino de Cristo en la
tierra. Ella lo dejó reinar. Y Él reinó no sólo en el vientre
del cuerpo maternal de María; también reinó en sus pensamientos, en su voluntad
y en su corazón. Ella nos alcance también esta gracia: dejarlo reinar.
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