XVI Domingo del Tiempo Ordinario - 17 de julio de 2011
Parroquia de Fátima - Monterrey, N.L.
Cizaña en el mundo
¡Cómo quisiéramos
que se acabara la cizaña en el mundo!
Que alguien viniera
a arrancar la cizaña de la violencia, de la injusticia, de la corrupción… Porque es cierto que en este mundo hay
gente mala, o, como los llama el
Evangelio, “obradores del mal” que crean estructuras
de pecado y causan verdaderas enfermedades
sociales.
La cizaña, queda
claro, no es obra de Dios. Él no la sembró. Fue un “enemigo”. Y sabemos bien
quién es.
Pero hay que añadir
que el hombre ha aprendido a cultivarla. Por eso, la cizaña es hoy “cultura”: cultura
laxa y permisiva; cultura de sobornos y deshonestidades; cultura de
difamaciones y linchamientos públicos; cultura de muerte –no sólo de guerras y
violencias, sino también de agresión a los más débiles: a los que van a nacer y
a los que están por morir. Sí, en este mundo hay gente mala. ¡Pero también hay gente buena! Muchísima gente buena, honesta,
coherente, moral, caritativa. En palabras del Evangelio: ¡Hay mucho trigo! Pero
casi no aparece en los periódicos.
¿Por qué Dios no actúa?
De cualquier modo,
parece que la cizaña ha crecido mucho últimamente. Y nos viene la pregunta:
¿Por qué Dios no hace nada? ¿Por qué no envía a sus ángeles a arrancar la
cizaña? ¿Por qué no se lleva a la gente mala y deja sólo gente buena en este
mundo? El Dueño del campo nos da una respuesta sabia, que vale la pena
profundizar: “No, no sea que arranquen también el trigo”. Es una respuesta prudente,
de quien conoce bien su campo. Él sabe cómo crecen el trigo y la cizaña. No es
posible arrancar sólo la cizaña. Están demasiado juntos; sus raíces están
entrelazadas. A nivel mundial, nacional, social, familiar, matrimonial, incluso
personal, el trigo y la cizaña están demasiado cercanos, demasiado entrelazados.
¿Quién no tiene por
momentos un marido insoportable? ¿Quién no tiene una esposa indescifrable?
¿Quién no tiene un hijo o una hija que le saca canas verdes…? La cizaña está en
tu propia casa. ¿Quieres que venga un ángel a arrancarla?
Trigo y cizaña en el corazón humano
Supongamos que Dios
decide, efectivamente, enviar a sus ángeles a arrancar la cizaña y dejar el
trigo. Pienso que los ángeles volvería al cielo con las manos vacías: “Quisimos arrancar la cizaña pero nos
dimos cuenta de que en cada corazón había cizaña, pero también trigo. Para
traernos la cizaña, hubiéramos tenido que partir en dos cada corazón humano”.
Ahora entendemos por
qué Dios, el Dueño del campo, no manda arrancar la cizaña todavía: Nadie
quedaría con vida…
Aprovechando la cizaña
La respuesta del
Dueño: “No, no sea que arranquen también el trigo” tiene además otro
significado. La cizaña tiene una función,
un para qué que beneficia al trigo. Al menos en el plano humano y espiritual,
el trigo no sólo crece a pesar de la
cizaña, sino también gracias a ella. Dicho de otro modo, ahí donde despunta la cizaña del mal, puede
despuntar la espiga de un bien más grande. Ahí donde alguien lastima y ofende, despunta la posibilidad de que
alguien cure y perdone. Ahí donde
alguien odia y ejerce violencia sobre los demás, despunta la posibilidad de que
alguien ame, proteja y cobije. Ahí donde alguien roba y despoja, despunta la
posibilidad de que alguien regale y condone.
San Pablo comprendió
muy bien esto cuando decía: “No hagan resistencia al mal; antes bien, venzan el
mal haciendo el bien”.
Qué hacer con la cizaña interior
Por lo demás, ¿quién
no ha sentido la cizaña en su corazón? A
veces le suplicamos a Dios con gritos desesperados que nos la arranque: ¿Por
qué no me quitas este rencor que tanto me envenena? ¿Por qué no me quitas esta
lujuria que tanto me esclaviza? ¿Por qué no me quitas esta envidia que tanto me
lastima? ¿Por qué no me quitas este vicio que tanto me daña? La respuesta de
Dios sigue y seguirá siendo la misma: “No, no sea que arranque también el
trigo”. El trigo interior, el del corazón, también crece no sólo a pesar de la cizaña, sino gracias a ella.
Cuando el corazón
tiene que soportar y luchar contra
esa cizaña, el trigo crece y madura. Junto a la cizaña del rencor puede brotar el
trigo de la paciencia y del perdón. Junto a la cizaña de la lujuria puede
brotar el trigo del arrepentimiento y la humildad. Junto a la cizaña de la envidia
puede brotar el trigo de la alegría por el bien de los demás. Junto a la cizaña
de cualquier vicio puede brotar el trigo del esfuerzo y la constancia.
No olvidemos que cualquier defecto
inextirpable –cualquier cizaña interior– puede ser un excelente combustible para
el progreso espiritual.
El trigo interior
crece y madura en la medida en que aprende a “convivir” con esa cizaña del
corazón que, como dice la parábola, no será arrancada hasta el final de nuestra
vida.
María, Madre de todos los malos
Creo que entre las
letanías de la Virgen María está faltando una: “María, Madre de todos los
malos”. Porque finalmente todos somos en parte malos; todos llevamos algo de cizaña
en el corazón. María no se escandaliza de eso. Nos ama como somos. Así son
todas las madres.
¿Cómo iba a ser María diferente? Por eso, más que lamentarnos
por la cizaña –la nuestra y la del mundo–, recemos con confianza la oración del
que sabe que vive entre cizaña, y que dice así: “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte”.
Amén.