VIII Domingo del Tiempo Ordinario
27 de febrero de 2011
Una actitud evangélica por excelencia es el abandono en manos de la Providencia. No es una postura fácil. La tendencia “instintiva” es aferrarnos a algo; tener “control”, “seguridades”, etc. Pero “a Dios no le gustan los sistemas seguros…” (T. Dajczer). La clave: comprender el concepto evangélico de Providencia. ¿Qué es la Providencia?
“Él sabe que tenéis necesidad de todo eso…”
Todos hemos tenido momentos en que esta fe ha sido puesta a prueba…Cuando las cosas no han salido (en el trabajo, en las finanzas personales y familiares, en la salud, etc.). Y nos preguntamos: “¿Realmente Dios está tan pendiente de mí?”.
Y el demonio actúa mucho en esto. Desde el pecado original, la “desconfianza” en Dios lleva a la desobediencia. La fe, en cambio, nos enseña que el hombre ocupa un puesto del todo singular en la creación. Que todo gira en torno a él. Que todo “es” para él. Benedicto XVI: «La creación es el lugar en el que se desarrolla la historia de amor entre Dios y su criatura» (VD 9).
No olvidemos que nuestras “situaciones difíciles” son también “parte de la creación”, y pueden convertirse en un escenario ideal para el desarrollo de esa historia de amor…
Cristo promete en el Evangelio que no nos faltará lo necesario… No nos promete “abundancia”, que pudiera ser perjudicial. “Me considero afortunado por haber nacido con una carga de esperanza que jamás menguó en mi vida y que me ha sostenido durante todo el camino, que se ha prolongado bastante con el paso del tiempo… Sé con certeza que los vestidos de la hija mayor, una vez revisados y reparados, pasaban a la segunda, sólo unos meses más joven, que no tenía tiempo para lamentos, pues estaba siempre pendiente de los hermanos más pequeños, quienes se acostumbraron a mirar al cielo como si estuvieran esperando algo que, indudablemente, llegaría en el momento oportuno. Y, de hecho, jamás nos faltó lo necesario. Sólo nos vimos privados de aquello que habría servido exclusivamente para distraernos y que habría hecho más penosa la marcha hacia el cielo de la reducida piña familiar que pretendía vivir su aventura sencilla e interesante, sin plantearse grandes cuestiones” (Carlo Carretto, Un camino sin fin, p. 7).
Saber moderar la ambición es un acto de sabiduría. Lo que no necesito, no desearlo ni esperarlo. Y recuperar el “deleite de lo básico”: Un vaso de agua… Sería un ejercicio interesante que hicieras una lista de “deleites básicos” que pudieras redescubrir en tu vida diaria. “No andéis preocupados…”
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